martes, 26 de julio de 2016

Una historia bizarra

Una mañana estaba terminando de arreglarme para salir al trabajo, concretamente me estaba poniendo la camisa, cuando, sin proponermelo, miré a través de una rendija en la ventana.

Frente a la casa hay un largo pasillo acompañado de un jardín, junto a una gran barda, que nos separa de la universidad.

En la colonia hay una mujer sin techo y con un evidente trastorno mental. A veces está acompañada de un hombre, más despierto que ella; duermen en la calle, en la entrada de un negocio de fotocopias. Últimamente la he visto a ella sola.

Todavía la semana pasada estaba cerrada la universidad por vacaciones administrativas, por lo que la colonia estaba casi en total calma. Como vi que algo se movía afuera miré por la rendija.

Lo vi y no me causó gran desagrado. A lo mejor por las prisas, no sé. Terminé de ponerme la camisa, abroché los puños, me puse un poco de colonia y salí al trabajo.

Cuando regresé a la casa, en algún momento, me acordé y miré por la ventana, buscando en dirección hacia donde había visto en la mañana, en la lejanía, creí encontrar algo, pero como teníamos visitas no investigué más.

En la mañana del sábado me volví a acordar y, en un momento de ocio, tomé la cámara que mejor telefoto tiene y apunté hacía donde había creído ver algo el otro día. Era esto:



¿Qué fue lo que hizo la mujer sin techo? Defecó.

Hay una reja que separa al pasillo del jardín, pero en algún punto falta un barrote y la gente aprovecha el hueco para colarse por ahí y brincar la barda que da a la universidad.

Esa mañana que me preparaba para ir al trabajo esa mujer cruzó por el hueco, se interno un poco, se bajó los pantalones y la ropa interior (sí, llevaba ropa interior), se acuclilló e hizo lo suyo.

Este es el pasillo, el hueco entre los barrotes está a la izquierda, casi debajo del toldo amarillo

Por supuesto yo no me quedé mirando a detalle, apenas cuando entendí que estaba haciendo cambié un poco mi punto de visión, el cáncel de mi ventana, el del balcón y la reja del jardín me permitieron censurar la toma que tenía.

Cuando la mujer se levantó quise saber que función había realizado, ahí comprobé que había defecado. No sé, no me dio mucho asco, supongo que es porque sólo una vez me he internado de aquel lado. Fue para realizar esta toma hace unas semanas.


Sólo deseé no haber pisado algo desagradable. Cuando ella terminó de defecar, simplemente se levantó y se salió por donde entró. No, no se limpió.

En la tarde no pude encontrar el color café claro de su deyección, pero noté un pequeño bulto de tierra, y en medio alcancé a ver algo, al momento supe que era, pero mi mala visión impidió confirmarlo, pero cuando tomé la cámara ahí estaba, ese pequeño luchador de plástico sobre el montón de excrementos tapados con tierra.

¿Algún vecino habrá tapado las haces?, ¿por qué lo haría si hay cientos de deshechos de perros desperdigados por todos lados sin cubrir?, si un vecino se tomó la molestia, ¿por qué lo coronó con un juguete de plástico botleg?

¿Lo habrá hecho la mujer sin techo?, en la mañana cuando salió del jardín iba ya perdida hablando sola de sus cosas, no pareció importarle, ¿habrá regresado más tarde?, si ella lo hizo, ¿por qué cubrió su evacuación con un luchador de plástico?, ¿tiene algún significado para su alma atormentada?

¿Qué carajos pasó aquí?

miércoles, 20 de julio de 2016

Copilco

Conozco Copilco desde hace dieciséis años, cuando entré a estudiar a la Facultad de Filosofía y Letras, en aquel entonces era un lugar bastante diferente, abundaban los negocios de copias y tesis, había más comidas corridas y menos negocios callejeros.


Cuando estudié en la Facultad de Economía a veces salía a las diez de la noche, en esos momentos deseaba muchísimo vivir por el rumbo, para no hacer un viaje de hora y media hasta Iztapalapa. A veces, platicando con mi novia, fantaseábamos sobre vivir en alguno de los departamentos, decíamos 'imagina entrar en esta puerta, o que aquella'. Hoy vivo con ella en uno de los tantos y viejos edificios de Copilco.


Eso nos ha permitido conocer un Copilco que es casi desconocido para muchos de los universitarios, incluso para algunos comerciantes. Es el Copilco de las vacaciones administrativas de la UNAM. Hay dos períodos en el año, en verano, casi todo el mes de julio, y en invierno, casi todo diciembre.


Copilco está junto a Ciudad Universitaria, en las noches es un sitio muy silencioso, a veces roto por alguna fiesta de universitarios (como ahora que escribo estas líneas), pero no llegan al escándalo de un salón de fiestas, como cuando vivía en Iztapalapa. La calma en las noches en Copilco es increíble, a veces, sin televisión o radio, se puede escuchar el motor de los autos a lo lejos, como un suave ronroneo.


Cuando no hay gente, cuando los negocios están cerrados, surge otro Copilco, los edificios aparecen, se aprecia su arquitectura, aparecen las casas que sobreviven encima de los negocios, allá arriba se distingue una azotea verdecida, una ventana con el marco de madera, un piso lleno de flores.


Hay muchos árboles frutales, de pronto, a la vera de un camino hay un arbusto con unas frutos de intenso color verde, también hay un árbol inmenso de naranjas, higos, y muchos nisperos jóvenes que algún día pintarán sus copas de amarillo.


En época de lluvias las hierbas crecen por todos lados, en las orillas de la banqueta, al borde de las tapas de los registros en las banquetas, crece un moho en algunas paredes y piedras que Tanizaki habría apreciado notablemente.


En vacaciones, el canal de la foto no lleva agua con grasa de los negocios de comida, es casi un arroyo que surge en la soledad de Copilco.


Sin ríos de gente, sin negocios, se puede detener uno, se puede mirar hacia arriba y descubrir una paloma que nos está mirando, se descubre una vieja pintura roja, pintada quién sabe cuándo, envejecida por años de sol.


Ciudad Universitaria se alza del otro lado, quieta, tranquila, muda, como una ciudad abandonada. Aunque a veces, muy de noche, todavía se ve alguna ventana iluminada.


Lo malo es que en estos días de vacaciones hay que tener más cuidado, la ausencia de actividad atrae robos, tanto a personas, como a casa habitación. Curiosamente, cuando viví en Iztapalapa no me tocó ver estas cosas en vivo.


Copilco es una zona sin muchos servicios cuando no hay gente, no hay tiendas para los que vivimos aquí, la que ve en la foto abre muy tarde, no es como en las colonias populares, donde se puede salir a las siete, ocho de la mañana para conseguir un kilo de huevo; no tenemos panaderías, rosticerías o verdulerías, sólo está la tienda de walmart que hace muchos años era un DeTodo. Pero eso sí, siempre hay tortas y tacos en el metro, me ha tocado ver estos locales abiertos mucho más allá de la medianoche.


¿Quién construyó está colonia?, cuándo se levantaron estos edificios. Hay fotos sorprendentes de la construcción de Ciudad Universitaria en donde se aprecia que no había nada, sólo pedregal y plantas. Aunque la zona tuvo presencia habitacional en tiempos prehispánicos.


Al menos tendrá unos sesenta años la colonia Copilco, si tomamos en cuenta que en 1952, cuando fue inaugurada la Ciudad Universitaria poco o nada había en su alrededor. ¿Habrá algún libro sobre su historia, algún día será objeto de estudio?


Alguna vez la universidad editó un libro sobre la fauna del área de CU, no sólo hay ardillas, ratas y palomas, también hay una cantidad generosa de aves. La que se ve en la foto es un pájaro que hace poco descubrí, lo había oído infinidad de veces, hace un graznido como de águila (en Iztapalapa, hace unos veinticinco años conocí un águila en estado salvaje), imaginaba que era un ave más grande, pero es un poco más pequeño que una paloma común.


Hace muchos años abundaban los sitios para sacar fotocopias, aunque aún hay varios, son más los lugares para imprimir, evidentemente va de la mano del avance de la tecnología. Hace años se ocupaban los libros para investigar, por eso había varias librerías en la zona de Copilco, como la librería Internacional, hoy en día parece ser un edificio abandonado, su patio está infestado de ratas (y a un lado hay un lugar de comida muy socorrido por los universitarios...); al fondo, en cerro del agua, persiste la librería de la editorial Siglo XXI, pero esto es porque ahí está la casa editorial. También extraño la gran librería de saldos que ahora ocupa el restaurante Los Tres Poblanitos, a un lado de la entrada del Metro Copilco, ahí conseguí varios títulos y muchos cassettes de música barroca a precios bajísimos, uno podía salir con bastante material con apenas cien pesos, ahora hacen ahí un buen café de olla en las mañanas.


Ese local de "Tesis para ayer!!!" fue durante muchos años la Librería de Manuel, atendida por el señor Manuel, el cual conocí cuando trabajé por en El Parnaso de Coyoacán, para mí era obligado el paso todos los días, al llegar a la facultad, a veces me quedaba a charlar un rato con él, ocasionalmente le compraba algún tomo que no encontraba en otro lado. Este librero podía conseguir casi cualquier libro, tenía un muchacho que recorría todas las librerías de la ciudad buscando los tomos pedidos. Ese tipo de servicios ya no existen. Un día, sin más, murió de un paro cardíaco, sus hijos remataron toda la librería, yo me quedé con ganas de un par de tomos, recuerdo uno de la obra de Leonard Nierman y una gramática japonesa.


Todo se va por un hoyo, el tiempo inexorable traga todo con voracidad. Hace años, cuando conocí Copilco como estudiante nunca imaginé vivir aquí, Recuerdo una gran lluvia que llegó a la altura de la guarnición de las banquetas, recuerdo al señor Manuel y su librería, recuerdo una cocina corrida que se llamaba Acapulco en la que alguna vez lloré un amor, recuerdo las calles muertas durante la huelga de la UNAM...

A veces veo en el departamento que ahora ocupo señales de los habitantes que me precedieron, veo la marca de taquetes en el suelo y no entiendo su función, un día descubrí un cable telefónico, ahogado en capas de pintura, que llega a un cuarto.

He visto varios vecinos pasar, casi todos ellos jóvenes estudiantes, empieza el semestre y descubro, a través de la ventana, una nueva cabellera; a veces sus voces se cuelan, alcanzo a colegir una palabra, adivino alguno profesión, casi siempre odontológos, médicos o abogados.

Un día ya no seré vecino de Copilco, algún día pasaré por fuera de mi departamento, atisbaré una ventana, cerraré los ojos, y recordaré cuando escribí esto.






jueves, 14 de julio de 2016

Yo leo

Este año quise hacer otra cosa con mis lecturas. Nunca he llevado la cuenta de qué o cuánto leo, pero este año quise registrarlo, vía Instagram, las fotos que acompañan el texto atestiguan el experimento. Pero a mitad de año, le he dado un giro, ahora tengo algo que nunca había hecho: una lista de pendientes. Honestamente no creo leer ni la mitad de lo que me propuse, porque, como siempre me ha pasado, a veces un libro llega, sin más, y se queda conmigo más tiempo del esperado; o regresa un viejo amigo, y caigo en la relectura. Quise escribir una nota simple para mi blog, y terminé escribiendo una biografía de mi gusto por la lectura.


Empecé a leer a los cuatro años, gracias a que mis padres me enseñaron con el método de Glenn Doman, se trata de un método silábico, para que posteriormente la articulación de palabras completas se de naturalmente. Aunque algún trabajador social advirtió a mis padres que era probable que resultara un niño interesado por el saber, pero deficiente en su rendimiento académico, se animaron a enseñarme. Lo malo es que el pronóstico resultó muy cierto.

Leí mi primer libro a los cinco años, fue La isla misteriosa, de Julio Verne. Desde entonces la lectura formó parte de mi vida, prácticamente siempre he tenido un libro a mi lado, sobre todo cuando viajo, el transporte público, el metro, el camión, es mi sala de lectura favorita.


Mis primeros años de lector los consagré a la literatura, mucho Julio Verne, luego algo de latinoamericanos, los consabidos García Márquez y Benedetti. En la secundaria me aburrió muchísimo Carlos Fuentes y empecé a leer viejos tratados de biología.

Por esos mismos años mi amor por la lectura se convirtió en curiosidad por la escritura, todavía recuerdo un poemita sobre las mujeres y sus dotes de brujería. En el bachillerato me consagré todavía más a la lectura, dos o tres libros al mismo tiempo, mucha teoría literaria, mucho Cortázar y Joyce. Ir a las librerías era un tormento, sólo podía relamerme deseando los bellos tomos nuevos, tantas promesas, tantos autores y recomendaciones. Me creí escritor.




Hice todo el trámite: taller de creación literaria, un amor pasional y auto destructivo, camisa negra, pláticas bohemias, café, presentaciones de libros, conferencias, cajetilla de faritos, caminatas nocturnas, libros, libros, muchos libros.

En esos años me volqué completamente a la literatura y su teoría, casi nada de otros temas, acaso recuerdo un tomo de antropometría y las bellas y prometedoras ediciones de arquitectura de la editorial GG. La biblioteca del CCH Sur me brindó todo ese excelente material.

Debo confesar que hurté de esa biblioteca un tomo de Retórica del Grupo μ, que pagué con el Diccionario de retórica de Helena Beristaín. Tendría que manifestar algún arrepentimiento, pero sería falso, tenían muchos ejemplares del libro que declaré perdido, en cambio, no tenían aún el diccionario que yo entregué; para que lo aceptaran argumenté que era imposible conseguir el libro del Grupo  μ, y no mentía, en aquellos años la editorial Paidós no era tan popular como ahora. Años después, cuando trabajé en la librería El Parnaso de Coyoacán finalmente encontré un ejemplar, no pude evitar acariciarlo con algo de ternura.




Pertenecí a un grupo de jóvenes escritores en el CCH, me seleccionaron para participar en el XVIII Encuentro de Jóvenes Escritores en la ciudad de Mazatlán, Sinaloa, en la cual tuve mi segunda borrachera, misma que duró una semana entera.

Pasada la huelga de la UNAM de 1999 ingresé a la Facultad de Letras Hispánicas, apenas resistí un año. No pude con la fingida oligofrenia de varios de sus alumnos; el rito de la intelectualidad me superó y desistí. Sin embargo pensé que eso no afectaría mi carrera de escritor, me dije que no todos los escritores habían estudiado letras, algunos fueron abogados o médicos.

Yo soy el morenazo de la derecha


Ingresé a la Facultad de Economía, pero tuve que abandonarla sin haber cumplido siquiera el primer semestre, pasado otro año, la retomé, y con ella vinieron grandes y complejas lecturas, sobre todo la Crítica a la Economía Política, o como se le conoce, El Capital, de Karl Marx.

Entré a trabajar a la librería El Parnaso de Coyoacán, y ahí encontré el segundo grupo al que pertenecí, los autonombrados Reposicionistas, un grupo que quiso ser, pero quedó en el olvido sin haber hecho nada, ni siquiera una mención en algún pasquín literario.

Yo soy el de la lengua curiosa

En ese tiempo me hice de muchos y buenos libros, y es que, como dice Augusto Monterroso en Cómo me deshice de quinientos libros: "mi afición por la lectura se vino contaminando con el hábito de comprar libros, hábito que en muchos casos terminaba por confundirse tristemente con la primera".

Los años parnasianos significaron para mi la entrada al mundo beatnik de la literatura, mucho desmadre, mucho alcohol, quincenas paupérrimas por haber pagado los libros que compraba cada quincena. En esos años mis grandes festines de quincena eran comer un kilo entero de arroz frito chino y adquirir una bella edición de Valdemar.


Una foto publicada por Sr. Suta (@sutasukurimu) el


Los últimos diez años diversifiqué mis lecturas, pero empecé a tener períodos, por ejemplo, durante un largo tiempo me dediqué a estudiar literatura clásica de terror, tengo, como un orgullo propio, haber leído Drácula, en edición anotada de la editorial Valdemar, y descubrir que ya conocía todas las referencias que señalaba el estudio.

También tuve largos períodos de relecturas, tomé varios libros muchas veces, quizá entre los más recurrentes están Confieso que he vivido de Neruda y Los Premios de Cortázar.

A veces llegaba a un tema, o a un autor, y agotaba todo lo que podía encontrar sobre él; así releí todo Castaneda, y agoté toda su repetitiva bibliografía, más algunas biografías que daban luz sobre el curioso personaje. También tuve mis etapas exhaustivas con Rulfo, Borges y la poesía japonesa.

Consagré algunos años a la lectura y estudio de la poesía japonesa, al tiempo que estudiaba las nociones básicas del idioma, ahí tengo el orgullo personal de haber leído y sentido un par de haiku sin necesidad de traducción.




También pasé algunos meses alejado de la lectura, quizá un año, luego lo retomé con un libro que se me enfrentó y me costó mucho trabajo terminar: Yo, el gato, de Sôseki Natsume. Creo que en ese momento empecé a darme cuenta que no era, ni sería un escritor.

Una día decidí, como lo había hecho Wong, personaje de Cortázar en Rayuela, abandonar la inteligencia, dejarme caer en un profundo agujero zen. Dejé toda intelectualización, miré la literatura con ojos nulos de ciervo.

Sin embargo, no me gustan las fantasías masturbatorias de los Best Sellers, paso sin ver. En la oficina, hay una especie de club de lectura, comparten tremendos mamotretos, películas de acción y lujuria vaciadas en mil setecientas páginas.

Para mí, la lectura siempre ha significado un enfrentamiento, un asomo a lo otro, a lo que yo no tengo, es como si buscara la confirmación de que existe una realidad más allá de mí; la otredad, que le dicen.

Escribo esto para mí, para reivindicarme, también ante ustedes, ante el otro; para declarar que mi placer por la lectura es totalmente personal (aunque eso sea tautológico). Escribo esto para decirme "sigue, ya casi, te estás construyendo".


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