miércoles, 19 de septiembre de 2018

La mente tiembla


La mente piensa con palabras, pero no a la velocidad del habla, en un instante pueden existir varios discursos, en medio segundo pueden brotar hasta tres pensamientos diferentes, sobre todo cuando sucede algo inaudito, como un asalto, un accidente, o un sismo...

Lo primero que pensé es que era una especie de broma, de prueba, para ver si realmente habíamos puesto atención en el simulacro; recordé un parque en Japón que tiene instalaciones que reproducen los movimientos de un sismo a distintas magnitudes, pero no, 

Lo primero que pensé, más bien sentí, fue la ironía, quién hubiera pensando que temblara con esa fuerza en el mismo día que hace 32 años, porque

Lo primero que pensé fue que no había sonado la alerta sísmica, eso quería decir que el sismo no venía de la costa, sino de tierra adentro, intraplaca, y supe en ese mismo instante que iba a ser fuerte.

Trabajo en un séptimo piso (de un edificio de diez pisos) y ahí recibí el sismo, sentado en mi lugar. El horario del almuerzo es a las 12:30 y sólo nos dan media hora, y ese día yo aproveché para ir a pagar el teléfono; regresé unos pocos minutos después del tiempo límite, como a las 13:10, me senté, puse música, avisé por Skype a mi esposa que había regresado (su lugar estaba a escasos metros de mi, pero detrás de unas mamparas) y empezó... Creo que todos recordamos ese golpeteo que venía del suelo. A veces todavía lo siento... como estoy ocho horas en el mismo sitio donde viví el 19s tengo esa sensación física muy presente. Apenas inició el movimiento ya me había puesto mi chaleco de la brigada de Protección Civil y comencé a estar a la expectativa de la gente que tenía más cerca, entre ellas, a menos de diez metros, mi esposa, a quién alcancé a mirar a los ojos en lo que la gente se resguardaba junto a las columnas.

Pensé en el sismo de Ometepec, Guerrero, del 2012, pensé en que a raíz de ese sismo le quitaron mucho, mucho peso al edificio y que desde entonces se mecía más con los temblores; cosa que no era mala, porque se opone menos al movimiento.

En esta ocasión, después del golpeteo inicial, empezó la oscilación y fue diferente, el edificio se movió como un péndulo cada vez más libre, mientras, la alerta sísmica seguía sonando, avisando de algo que ya estaba aquí.

Llegó un momento en que el movimiento fue mucho mayor que cualquier otro sentido antes (claro, a excepción del 85). Mientras aún sonaba la Alerta Sísmica, llegamos a un punto en que nos fue imposible mantenernos de pie.

Recordé un video de las cámaras internas de vigilancia del sismo de Ometepec del 2012, que nos mostraron cuando me integré a la brigada; ahí vi que a la gente del décimo último piso tuvo problemas para mantenerse de pie en el momento más fuerte.

Pensé en las otras veces que estuve a cargo de la gente a mi lado, a veces hasta de un piso entero (fui suplente de jefe de piso en otro momento, en otro piso), recordé todas las instrucciones que di (las vi como si fuera un mosaico), pensé que nunca en tantos años había dado instrucciones como las que estaba a punto de dar.

Recordé que cuando vi el video del 2012 pensé que lo mejor hubiera sido decirle a la gente que se inclinara, que bajara su centro de gravedad para no caerse, para sentir menos el balanceo.

Grité la orden: "nos sentamos, nos agachamos por favor y nos cubrimos la cabeza". De los videos que vi de este sismo en otros lugares en la Ciudad de México me sorprendió la violencia con la que reaccionaron los muebles, como los cajones se abrían y cerraban, como los refrigeradores caminaban; aquí en el edificio no pasó nada de eso, únicamente las sillas sin ruedas más cercanas a las ventanas se cayeron. Aunque la gente que estaba cerca de las escaleras internas pasó un peor momento, pues todo el recubrimiento empezó a caer a grandes trozos. Más de uno pensó que en cualquier momento el edificio cedería.

Pensé en todo el peso que le retiraron al edificio desde el 2012. Fue un trabajo de años; hasta eliminaron los archivos físicos, se digitalizó todo (con un procedimiento bastante riguroso), quitaron todos los estantes metálicos, cambiaron el mobiliario y retiraron la textura que adornada el edificio 

Mientras nos inclinábamos, entre la gente, alcancé a mirar a mi esposa que me buscaba con la mirada y pensé que aquí nada iba a salir mal, pensé en todos los trabajos que le hicieron al edificio, pensé en toda la capacitación que nos dieron por años y sentí que sólo había que resistir.

Pero el movimiento seguía y grité una vez más, les dije: "Tranquilos, ¡vamos bien! Respiren". Y todavía se movió un poco más, pero fue cediendo, la energía ya había sido liberada y el edificio calmaba sus oscilaciones. Apenas terminó, sin que mediara orden, nos levantamos y nos preparamos para evacuar.

Recordé algo que nos dijo el jefe de Protección Civil de este edificio (a quién, por cierto, apenas habían corrido el pasado 15 de septiembre): cuando tuviéramos un evento así de grande, dijo que tomáramos las cosas que pudiéramos antes de evacuar, porque probablemente no regresaríamos al edificio en algún tiempo.

Entonces volví a ordenar: "los que puedan, tomen sus cosas, porque no vamos a regresar". Aquí, generalmente el procedimiento luego de un sismo, es evacuar y esperar el dictamen en el estacionamiento de un centro comercial que tenemos enfrente, y si es posible, retornar a las actividades. Pero sabía que, al igual que en el sismo del 2012, nos dejarían ir casi inmediatamente, en parte para saber de nuestras familias, y en parte porque no se sabía el estado real del edificio.

Al iniciar la evacuación fui a revisar las escaleras internas pero un compañero, al paso, me dijo que se habían caído. Aunque después supe que no había sido así, sólo se cayó todo el recubrimiento de yeso del pasillo. Gracias a que todo en el edificio son muros de tablaroca o performados fue la única evidencia visual del efecto del sismo en el edificio.


Mucha gente salió sin sus cosas, y como parte de la brigada de Protección Civil me ofrecí (previa inspección del inmueble) para regresar, junto con un pequeño equipo, a sacar las cosas de la gente. Lo que más me sorprendió fue ver la cantidad de comida sin comer en los lugares de los compañeros: hamburguesas con una mordida, tacos envueltos como floreciendo de un capullo de papel aluminio, empaques de unicel sudando una bolsa de plástico, manzanas empezando a oxidarse, yogures abiertos con una cuchara aún limpia a su lado. Así es como se ve el tiempo detenido, salvando las magnitudes, seguro así se sintió descubrir Pompeya.

El regreso a casa fue como el de todos ustedes, caminando hasta encontrar un punto en que el metro ya funcionaba. El regreso lo hice acompañado de mi jefa y mi esposa, y afortunadamente en todo el camino no vimos nada más allá de vidrios rotos y gente preocupada. Incluso al llegar a casa sólo hice el recuento de las figura caídas en mi colección, y hasta después me enteré del drama que el subsuelo y la corrupción nos habían traído desde sus profundidades.

Lo siguiente es conocido por ustedes. Los días de esa semana avanzaron lentamente, confusos y ahogados. Yo no pude salir a ayudar, mi diabetes me limita a veces, y es que necesito comida cada tantas horas; seguramente en la multitud que ayudó incansablemente no había espacio para ausentarse cada tanto, para darse un tiempo para comer y reponerse. Eso me hizo sentir fatal, tan inútil y ajeno al maremágnum de apoyo.

Cuando regresamos el siguiente lunes a la oficina varios compañeros me felicitaron y agradecieron por la labor que yo hice, me dijeron que fue muy importante como los dirigí durante esos momentos., que gracias a eso no cedieron al pánico. Eso me hace estar un poco más en paz.

Daños en Ciudad Universitaria, UNAM, fotografiados por mí.

Finalmente, les recomiendo darse una vuelta por esta publicación de Proceso, la música está para hacer catarsis: De escombros y de música

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