Cuando uno es joven muere por el amor, duele respirar, duele mirar, duele saber al ser amado lejano, y acaso, sin consciencia de nuestra persona. Nunca he negado que en mi historia el amor fue un eje, un círculo de fuego dentro del que vivía.
Recuerdo con prodigiosa claridad episodios completos de mi vida, recuerdo vestidos, los movimientos de una mano, la luz de cierto día, olores y palabras. Como a cualquier hombre puedo consignar que me han castigado con pasiones ingratas e igualmente me han ofrendado con sonrisas y atenciones.
No puedo decir que sigo siendo un niño, y quizás, por mi actitud, poco queda para decir que sigo siendo joven, ya todas esas pasiones inútiles han quedado en el papel de mi memoria y ni siquiera alimentan fantasías pasajeras.
Hace ya casi siete años que llevo una relación que sería ingrato adjetivar, pero puedo presumir que soy feliz, inmensamente feliz, no hay manera de hacer literatura con mi vida, sería injusto en este momento, y es que es tanto lo de nos damos que acaso sólo en las sutilezas del amor aparece la vastedad de nuestro amor.
Un día jugando, tonteando en la calle, le he pedido que me regalara un dinosaurio, tiempo después tuve un par de día grises y ella me obsequió el par de juguetes que usted ve en las fotos, son pequeños, realmente pequeños, acaso de centímetro y medio, pero en este par de juguetes va toda una guerra de besos, de caricias y palabras de aliento.
Gracias, María.