jueves, 31 de marzo de 2016

Una vez me comí cien tacos al pastor.

Corría el año de 1994, mucho antes del fatídico error de diciembre. En aquel entonces tenia catorce años, casi recién cumplidos, por lo que unos tíos me habían regalado un billete de cien nuevos pesos.

Una noche de sábado mis padres habían salido, no recuerdo a qué, pero me dejaron sólo mucho tiempo; llegó la noche, y me dio hambre, pensé en comer algo rico, y me acordé del puesto de tacos de la esquina.

Un par de años antes, la familia había salido a comer conejo a Texcoco, de regreso, ya noche, comimos tacos al pastor. Recuerdo que llevaron un recipiente grande para ponerlos, no sé cuántos pidieron, sólo sé que en aquella ocasión nos tocaron de a tres o cuatro piezas por cabeza, pero algunos familiares no quisieron tantos, así que yo debí haber comido unos quince tacos, y sé que me quedé con ganas de muchos, muchos más tacos.

Entonces salí a la calle e iba pensando, ¿cuántos tacos podría comer?, tenía cien pesos y los tacos de pastor costaban un peso. Do the math.

Llegué frente al taquero, y antes de pedir la orden, pensé que sería bueno comprar un refresco; la Coca Cola por ese entonces había sacado su botella irrompible de dos litros, y costaba cinco pesos. Así que le dije al taquero -buenas noches, ¿me da noventa y cinco tacos, por favor?

Él estaba picando la carne, se detuvo, me miró, y volteo a su trompo, abrió mas la llave del gas y empezó a cortar carne con más rápidez.


Pensé, si mis padres llegan, pues les convido tacos, porque así podría comer todos los que yo quisiera, y aún así alcanzaría para ellos. Dejé los tacos pagados y fui por el refresco.

De regreso el taquero me regaló cinco tacos, cortesía de la casa, en lo que preparaba los demás. Después de una buena media hora mi orden estaban listos, agradecí al taquero y me fui a la casa. En la puerta del edificio me encontré a una vecina, una chiquilla rubia, más o menos de mi edad, y me dijo: -huy, taquitos. Sólo le respondí: -sí. Sonreí y seguí mi camino.

Comí los tacos con paciencia, sin prisa, abriendo paquetitos de cinco tacos, uno por uno. Muchas veces me han preguntado cómo lo logré, bueno, el secreto es un poco escatológico: mi digestión es muy rápida, por lo que, mientras iba avanzando con los tacos, pasé varias veces al baño.


En algún momento de la tragadera creí oir que mis padres regresaban, me levanté corriendo y escondí lo que quedaba de los tacos debajo del sillón. ¿No que les iba a convidar?, no recuerdo porque lo hice, seguro es porque ya no quedaban tantos...

¿Ven que cuándo comen tacos, siempre se cae algo de carnita?, bueno, pues al final de los cien, junté toda esa carnita, calenté dos tortillas de maíz y me hice otros tacos.

También calenté un poco de espagueti rojo que había en el refri, porque, bueno, me encanta como lo hace mi mamá...


https://youtu.be/OlCKJM5OYWM

lunes, 28 de marzo de 2016

Las viejas y olvidadas revistas

Hace unas días pasé una noche en casa de mis padres, después de tres años de haberme ido y resultó extrañamente familiar, sin embargo, noté la ausencia de mis cosas para pasar el tiempo. El librero familiar quedó prácticamente vacío desde que me llevé todos mis libros, aunque conserva algunos prestados a mis padres, u olvidados a propósito, también habitan en los estantes varias revistas viejas, dejadas para no hacer pesar más las cajas de la mudanza.


Revisé las revistas olvidadas y encontré varios números de La Jornada Semanal; el que ahora es un suplemento entre las páginas del domingo, en los noventa todavía fue una revista. Aunque nunca llegó al glamour en impresión de otras revistas, como la Domingo Siete de El Universal, pero mantuvo cierta autoridad intelectual en su sencilla factura.


Lo primero que busqué fue la última hoja, en ella, Jis acostumbró publicar toda una plana, dedicada a su humor zenpachecomamilón, en la que pareciera le dieron bastante libertad. Hay algunas páginas que son abigarradas construcciones, de tinta y trazo, de concepto y ceguera, sin dialogo alguno, seguramente sólo aptas para ciertos iniciados; o de plano Jis simplemente soltó la muñeca para rellenar una hoja. Nunca lo sabremos.



Pero luego empecé a hojearla la revista, y encontré una serie de artículos que me parecieron muy interesantes, pero apenas empezada la lectura, quería seguir hojeando, y no porque el texto fuera malo, sino porque quería saber que otras sorpresas reposaba entre sus olvidadas páginas. Al final decidí traerme todas los números que encontré en casa de mis padres de La Jornada Semanal, ahora los tengo aquí, y poco a poco, voy conociendo esos textos que en otro momento ignoré.


Unos días después, pensé en todas las revistas que guardo, y no son pocas, pero tampoco son tantas como quisiera poder guardar. Pensé también en la ingratitud de escribir para el periódico, en la infausta tarea de crear un texto que transmita, que comunique un suceso, y como este debe ser escrito sin miramientos, sin ansias de trascender, para ser impreso, olvidado y superado por el número de mañana.


La revista está a medio camino entre el libro y el diario, y su labor puede ser ingrata, porque quizás está destinada a ser superada, olvidada, por el siguiente número, pero creo que puede apostar a detenerse en el borde, a salvarse de la pila del papel para reciclar. Pareciera que la revista juega a tener más trascendencia, se agarra con sus manitas y se resiste a caer por el borde del olvido.


Guardo varias revistas viejas, algunos suplementos gratuitos de la estancias culturales, revistas universitarias, por ejemplo, la Punto de Partida, en la que siempre quise ver publicado algo mío, pero nunca lo logré. Quizás por eso las conservo, por la mera esperanza de un sueño perdido. Aunque en alguna ocasión, en 1998, entregué varios cuentos míos para que se publicaran en una revista literaria de algún estado del país, no recuerdo cual; quién sabe, quizás por ahí debe haber un cuento, a lo mejor alguien guarda aún un número, y por ahí mi texto cede a la relectura.


Nunca he podido publicar algo en un revista (más allá de los entusiastas esfuerzos independientes), quizás por eso mantengo desde hace más de diez años este blog, contentándome con la auto publicación. En una ocasión, un amigo coleccionista de Transformers, que también es editor en una importante casa, convocó a gente para escribir en un revista pop; me faltó valor para proponerme, sé, por él, que publicar continuamente en una revista no es un trabajó baladí, pero también sé, que podría resultar muy gratificante. Pero, quien sabe, ars longa, vita brevis...


viernes, 18 de marzo de 2016

El Cine Ermita, caído.

Anoche estaba revisando el Facebook y uno de mis contactos compartió una foto, y aunque suena a literatura, realmente me hizo exclamar sorpresa, me incorporé del sillón y un torrente de recuerdos cayeron en mi mente.


En el cuento El perseguidor de Julio Cortázar, el protagonista, Johnny, le cuenta a Bruno, que mientras viajaba en el metro empezó a recordar muchas cosas, con mucho detalle, tanta información que sería imposible de contar en pocos minutos, concluye Johnny con una pregunta a Bruno:

¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio?

Así me pasó al ver las paredes caídas del cine Ermita. Aunque ya sabía que desde años estaba en desuso, que incluso planeaba ser desaparecido, no pude evitar sentir cierta pena.


En la adolescencia tuve una segunda casa en Tacubaya, de una familia que me acogió como uno de los suyos, Se trataba la casa de mi gran amigo del CCH, ubicada en la Avenida Jalisco, en la misma manzana en la que estaba el cine Ermita.


Guardo recuerdos intensos de ese lugar, viví en esa casa las más profundas discusiones del sentido de la vida, las pláticas más largas sobre lo que debía ser el amor, las elucubraciones más oscuras sobre la realidad y la posibilidad de otras consciencias.

Foto tomada por mí desde la casa de mi amigo en Tacubaya, ca 2000

Teniendo el cine a la vuelta de esquina, era el lugar habitual para asistir a ver las novedades. Estoy hablando todavía de los noventa, huelga decir que eran otros tiempos, aunque las multisalas de las grandes cadenas ya habían tomado el Distrito Federal, aún quedaban sitios como este cine.

Foto tomada por mí desde la casa de mi amigo en Tacubaya, ca 2000

En otro década, el cine Ermita constaba de una sola sala, pero con la llegada de las multisalas fue seccionado, aunque no recuerdo cuántas salas tuvo, sí tengo presento que las salas de arriba, correspondientes al área de los palcos, tenía muy poca inclinación.


Ahí vi grandes películas, todavía ajenas al cine de súper héroes, pero ya en el inicio de la era de las trilogías, como El Señor de los Anillos o Matrix. Ahí vi La Comunidad del Anillo; recuerdo que entramos a la sala un poco tarde, pero todavía alcanzamos lugares; el cine todavía no era esa cosa de hoy, con prisa por consumirse, con urgencia de ser el primero. Recuerdo que la película ya había empezado y perdí parte de la obertura, de reojo vi como Sauron perdía el anillo, arrancado por la espada de Isildur.


En el Cine Ermita vi Matrix en 1999, apenas unos meses después de haberse iniciado la huelga del CGH en la Universidad Nacional Autónoma de México. Quizás por eso Matrix me impresionó todavía más, por toda esa idea de la manera de asumir la realidad, y como la gente defendería ese mismo sistema que los esclaviza. Se pierden los detalles, sólo sé que después de la película nos enteramos del algún hecho violento, una represión al movimiento, y sé que recorrimos la ciudad auto durante esa noche.


Hace mucho que no voy a Tacubaya, hace mucho que no veo a ese amigo. No sé cuando fue la última vez que entré al Cine Ermita, sólo recuerdo que fui con mi amigo, y nos sentíamos ya un poco ajenos, un tanto desconocidos. Recuerdo el cine con una dulcería casi vacía, y un carro pequeñísimo para una palomitas de maíz casi frías. No recuerdo la película, pero sé que supe que era la última vez que entraría en esas salas.


Leí en Facebook que "la Fundación Mier y Pesado tenía un proyecto muy ambicioso de vivienda en renta y centro comercial para ese predio, pero se vieron acotados por tratarse de una obra protegida por el INBA. Dejaron a medias la obra y colapsó", leí en las noticias que había dos heridos, según la prensa, no de gravedad.

Foto tomada por mí desde la azotea de la casa de mi amigo en Tacubaya, ca 2000

Leí en Facebook "La memoria es hoy un edificio en ruinas... En el que un hombre lleno de polvo recuerda los días de la vieja infancia."




Update 06/07/2016. Ya no está.

lunes, 14 de marzo de 2016

De amores perdidos y juguetes hallados.

Lo que pudo ser algo bonito se queda únicamente en un recuerdo, de esos que duelen, de esos que te harán pensar "qué habría pasado sí..." Vamos por la vida guardando un viaje especial, un te quiero... pensando que habrá un momento mejor para vivirlo. La vida no perdona, la vida es, y le vale madre si nosotros, si tú, si yo, tenemos planes.



Un teléfono se cuelga para siempre, un contacto se pierde, se cierran de golpe unos ojos y la consciencia termina sin más. Pero del otro lado quedan hilos colgando, la gente nos lloran, nos suspira, una mano nos busca en la noche, pero ya no hay nada. Quedan palabras suspendidas, queda un tono de voz, que cada vez se va haciendo más indefinido, y un día no recordamos la sonrisa de alguien, ya no soñamos con esa risa.



Pero quedan otras cosas, algunas implacables, un calor, una presencia, un ansia, una caricia que lame hasta nuestros huesos; a veces son cosas más sencillas, como un gato, un objeto, un juguete que encierra un símbolo y un deseo. Algunos objetos quedan de nuestro lado, otros quedan allá, en la noche perdida, en el silencio; desaparecen junto con esa sonris; pero algo queda, un presentimiento, una fatalidad, como un zahir, o como un tornillo que es la cordura, nos atenaza, a veces sin saberlo, sin presentirlo. Y a media noche nos ataca su ausencia, reconstruimos pedazos en la memoria, empezamos a extrañamos.


Se alza el pavorreal con su cola llena de porqués, de quizás, se abre ese pequeño cajón en el corazón donde guardamos palabras que nunca se dijeron, se piensa en ese vestido negro con encaje que nunca vimos, en ese viaje especial que nunca hicimos, en ese te quiero último que nunca dijimos, en ese beso que nunca nos atrevimos a honrar. Se enciende el museo de las cosas que quedaron de aquel lado, paseamos por sus estantes y mapas.

 

 


Ahí está el disco que tanto nos gustaba, pero que regalamos sin pensarlo, extrañamos un suéter, una chamara, que seguro ahora será material de segunda mano. Paseo en el museo de lo perdido, hasta que lo veo y me detengo, ahí está ese tren que regalé, pensando que algún día lo usaría un hijo, un deseo abstracto, inmaterial. Un tren de cuerda que fue regalo de la infancia, un juguete sin mucha personalidad en mi niñez, pero que al paso del tiempo se establece símbolo, esperanza de algo, yo que sé. Recuerdo entonces cuando lo regalé, cuando lo ofrendé, y recuerdo también cuando pedí la devolución y me fue negada. Ese tren se quedó perdido en el lado del desasosiego.


Nunca sabré que pasó con mi tren de lamina. La vida no perdona, la vida es, y le vale madre. Pero un día, en otro lado, en otro orbe, en otro tiempo, apareció el tren, viejo, pero nunca abierto, como suspendido en el tiempo, hallado en una olvidada casa de Quintana Roo, cuyo interior fue abandonado, donde la memoria permaneció, esperando, algo, una segunda vuelta, una oportunidad.


Tengo un nuevo tren, pero aún permanece el tren de mi memoria, el del recuerdo, el que fue esa posibilidad muerta, ese fin de raíz. La vida no perdona, la vida es, y aunque no le importa si tenemos planes, no deja de abrirse camino, se reencuentra y redondea, se rehace.


viernes, 11 de marzo de 2016

Rita Guerrero, cinco años.

Allá por el noventa y cuatro, la salida de Re de Café Tacvba, terminó de impulsar la marabunta del llamado Rock Mexicano. Por aquel entonces conocí las Histerietas de La Jornada; abandoné por fin W radio y me quedé en Radioactivo; empecé a ver Los Simpsons; y, gracias a mi hermana (mayor que yo), conocí bandas como Maldita Vecindad, La Lupita, La Cuca, La Castañeda, etc.

Más adelante, descubrí a Santa Sabina. Me atrapó el misticismo de sus letras, pero más que eso, la voz de Rita Guerrero. Había algo de inmemorial en ella, como de daguerrotipo, como de cuento de vampiros, como de mercado de antigüedades.

Sus letras me despertaban algo similar al trabajo de Ahumada, el maestro monero de las Histerietas, autor de La Vida en el Abismo. Haciendo tangible esa ansia onírica que muchas veces nos atormenta a las tres de la mañana.


En el CCH Sur, en las proyecciones en la sala Alpha conocí la película Ciudad de Ciegos, paseo cronológico y sexual del Distrito Federal. En el capítulo final, aparece Rita Guerrero, imposible saber si esa fue la primera vez que la vi, pero estoy seguro que desde entonces se quedó en mi memoria.

Muchos años después, trabajé en la Librería El Parnaso de Coyoacán; una tarde iba a tocar Santa Sabina, luego de no haberlo hecho en muchos años, pero estaba muy cansado y no me pude quedar. Me he arrepentido muchas veces. En mis últimos meses en la librería, alguien me contó que Rita Guerrero había trabajado algún tiempo en El Parnaso, no pude evitar sentirme fascinado, la imaginé habitando el mismo espacio en que yo viví por varios años, la imaginé como compañera, soñé con mirar sus ojos diario a diario.


Muchos más años después me enteré de la terrible noticia, muy probablemente por La Jornada. Tenía cáncer de seno; la recordé, con su breve ropa, en Ciudad de Ciegos, pensé en su pequeño pecho, anidando el mal. No estoy seguro, creo deposité algo a la cuenta consignada para apoyar en los gastos. Unos meses después surgió la iniciativa 'Rita Guerrero en el Corazón', un magno concierto en el Teatro Esperanza Iris, compré los boletos sin mucha dilación.

El concierto fue un repaso del Rock Mexicano, ahí estuvieron todos los que han sido: Jaime López, Fratta, Monocordio, Iraida Noriega, la Maldita Vecindad, Lafourcade, Julieta Venegas, La Lupita, los músicos de José, Zoe & Hello Seahorse, dos Tacvbos... fue una cátedra, un repaso histórico, un viaje de más de quince años que duró seis horas.


El concierto empezó a las 19:30, todo ese tiempo Rita estuvo en un sillón, observando, escuchando. Casi a las doce, ella se levantó y decidió cantar, primero con su grupo de música antigua del claustro de Sor Juana. Y entonces, lo que todos deseábamos: Santa Sabina. Tocaron todas las alineaciones que ha tenido el grupo, haciendo después combinaciones entre los miembros. Terminaron de tocar a la 01:30 de la madrugada.

Al final de la noche, Rita habló, agradeció a su público el apoyo y el auditorio se cayó a respuestas, no creo mentir si digo que todos teníamos el corazón quebrado en ese momento. En cierto momento, mientras ella seguía al frente, alguien le pasó a su hijo, un pequeñito que inmediatamente abrió sus brazos para que ella lo cargara, y ante el auditorio lleno, él sólo buscó el abrazo de la madre, como si solo estuvieran ellos dos, como si nosotros fuéramos invisibles.

Tres meses después, Rita Guerrero murió. No sé porque, muchas veces he pensado en ese niño, enfrentando la nada con fragmentos de su madre en grabaciones de audio, donde seguramente sabrá escuchar algo que únicamente es para él.



LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...