Tendría menos de doce años, quizás diez. Mi madre me llevaba al dentista en la FES Zaragoza en donde los alumnos de la carrera de Odontología comienzan a practicar con aquél que se presente.
Mi doctora era un chica, en ese entonces me parecía mucho mayor, aunque en retrospectiva quizás no tuviera más de 23 años. Era rubia, de piel muy blanca y algo llenita, lo justo para resaltar sus curvas, pero era un chica sencilla, muy amable.
Siempre he odiado el sonido del taladro de dentista y esa tarde era particularmente molesto, además de doloroso. De pronto, en un instante que respingué por el dolor y me levanté un poco de la silla: vi el tierno nacimiento de su escote.
No fue nada, apenas durante un instante vi ese punto en que los senos de una mujer se unen formando una línea.
Este es uno de mis primero recuerdos eróticos. Después de eso fui un paciente muy paciente, jamás volví a moverme de mi lugar, siempre esperando ver otra vez ese secreto espacio, nunca más ocurrió.
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