Mi abuela murió en domingo, era algo esperado después de un par de meses difíciles en el hospital, yo la había visto unos días de antes, fui a decirle que no se preocupara por sus hijas, que yo iba a cuidar al menos a mi madre, le dije que la iban a estar esperando muchos perros para cruzar el río, que todos los perros que había tenido en su vida iban a estar ahí, contentos de verla de nuevo. Ella tenía esa vieja creencia prehispánica del viaje al Mictlan, sólo que el final del viaje era el Cielo.
Viajamos en la madrugada a su pueblo en cortejo fúnebre, apenas habíamos pasado Toluca una niebla espesa no nos permitía ver más allá de un metro. Llegamos cuando el sol empezaba a iluminar la tierra, yo no pude evitar llorar al pensar que mi abuela regresaba a su casa pero muerta, ella ya no podía saber que estaba ahí.
Ahorraré la narración del velorio y el entierro, sólo diré que ese día volvieron a estar todas las hermanas juntas, montón de primos y vecinos, la casa se llenó de gente y las cazuelas volvieron a usarse, aquél fogón que mató lentamente a mi abuela durante años volvió a arder con brazas fuertes, es que estábamos preparando la comida que habría de darse a los asistentes.
Viajamos en la madrugada a su pueblo en cortejo fúnebre, apenas habíamos pasado Toluca una niebla espesa no nos permitía ver más allá de un metro. Llegamos cuando el sol empezaba a iluminar la tierra, yo no pude evitar llorar al pensar que mi abuela regresaba a su casa pero muerta, ella ya no podía saber que estaba ahí.
Ahorraré la narración del velorio y el entierro, sólo diré que ese día volvieron a estar todas las hermanas juntas, montón de primos y vecinos, la casa se llenó de gente y las cazuelas volvieron a usarse, aquél fogón que mató lentamente a mi abuela durante años volvió a arder con brazas fuertes, es que estábamos preparando la comida que habría de darse a los asistentes.
Para llevar a mi abuela a enterrar había que llevar su caja desde lo alto del cerro, que es donde está su casa hasta el panteón; yo cargué un extremo de su caja todo ese trayecto y es que no pude soltarla, mi abuela me había enseñado muchas cosas, no podía dejarla ir fácilmente.
Yo le regalé un par de perritos de barro para que la guiaran en su tumba, una réplica de los perritos que se encuentran en las zonas arqueológicas de Colima, fueron colocados junto a su caja, después de esto sólo la tierra la acompañó.
Yo le regalé un par de perritos de barro para que la guiaran en su tumba, una réplica de los perritos que se encuentran en las zonas arqueológicas de Colima, fueron colocados junto a su caja, después de esto sólo la tierra la acompañó.
Saliendo del panteón nos fuimos de Amanalco de Becerra, yo no volví a regresar al pueblo hasta varios años después, y todavía más tiempo después volví a entrar a la casa de mi abuela, lo que encontré es lo que usted está viendo. Una casa abandonada, el tiempo detenido. Un frasco con café y otro con azúcar son la muestra de lo rápido que la vida cambia, lo ilusorio que son las pertenencias o las cosas.
Sobre estas líneas puede ver la cantidad de veladoras que se usaron en su velorio, algunas todavía tienen suficiente cera para arder un largo rato, pero ahí están, quietas y olvidadas, y seguramente mientras usted lee esto así mismo siguen esos vasos fríos que está viendo.
Yo vi a mis abuelos vivos sentarse en estas sillas, ahora el tiempo las ha comido, pero aún con todo parecen estar esperando a que alguien las use.
Hay una anécdota con estas sillas: cuando mi padre fue a pedir a mi madre en matrimonio se sentó en una silla recién pintada, al llegar mi abuelo mi padre se levantó para saludarlo... se le quedó la silla pegada.
Y en esta pequeña silla que ve sobre estas líneas yo me caí alguna vez siendo niño, tiré mi atole en el suelo; mi abuelo me miró con gran severidad, de haber sido yo su hijo me hubiera pegado en ese momento, pero sólo miró a mi mamá esperando que me reprendiera y aún así nada pasó. Mi abuela me sirvió otra taza de atole, pero torpe como cualquier niño volví a caerme, mi abuelo sólo exclamó entre dientes: '¡ponte charro!'
Y en esta pequeña silla que ve sobre estas líneas yo me caí alguna vez siendo niño, tiré mi atole en el suelo; mi abuelo me miró con gran severidad, de haber sido yo su hijo me hubiera pegado en ese momento, pero sólo miró a mi mamá esperando que me reprendiera y aún así nada pasó. Mi abuela me sirvió otra taza de atole, pero torpe como cualquier niño volví a caerme, mi abuelo sólo exclamó entre dientes: '¡ponte charro!'
Ahí están en la pared todavía los santos de mi abuela, no sé cuánto tiempo tengan, yo recuerdo desde niño que ahí estaban.
La entrada a la casa principal, todavía con sus cruces de palma, con sus bendiciones perennes, luchando contra el tiempo, contra el olvido.
De estas fotos ya hace un par de años, desconozco como está la casa hoy, según sé ha empezado a caerse y está llena de murciélagos, la vida sigue y sigue.
La casa de mi abuela III. Abandono
La casa de mi abuela IV. Renacimiento
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La casa de mi abuela II. Agua y fuegoLa casa de mi abuela III. Abandono
La casa de mi abuela IV. Renacimiento
Esta es una de las entradas que más me han impactado, esa nostalgia con la que escribes, esos momentos de picardía que nos regalas para después sumergirnos nuevamente en la lontananza y, por así decirlo, a la melancolía. Sin embargo, yo creo que ella sí supo que estaba llegando a su tierra.
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