lunes, 17 de octubre de 2011

La casa de mi abuela IV. Renacimiento

La casa de mi abuela está deshabitada y abandonada ahora, tal como usted puede atestiguarlo en las entradas anteriores. Ya nadie pelea por ella, es tierra de nadie; sólo los recuerdos andan en sus paredes y sus muertos susurran en el fondo de la tierra igual que los de la Media Luna.

En ese lugar pasaron tantas cosas: Mi abuelo a veces hacía grandes comilonas de barbacoa, recuerdo una en la que se mataron hasta tres borregos (yo ayudé a matar a uno por cierto, una especie de ceremonia iniciatica); también ahí mismo nacieron diez u once niños, de los cuales solo cinco niñas sobrevivieron; fue casa de muchos animales, por ejemplo las gatas de mi abuelita, todas llamadas Maura por igual; ahí vi pasar  por largas horas el cielo azul hasta que todo pensamiento cesaba...


Escribo esto de noche y no puedo evitar pensar en la casa ahora mismo, silenciosa y oscura, como un enorme cráneo abandonado en la nada. Imagino que todavía está el frasco de Nescafé que les mostré en la entrada anterior, sé que todavía están los vasos de las veladoras del velorio de mi abuela en el piso del 'cuarto oscuro', sé que en lo alto de la casa cerrada está la pequeña habitación de mis abuelos, aún está el suelo de madera en el que descansaban sus cuerpos a la hora de dormir durante su vida.


Mis abuelos no están físicamente, pero aquí mismo, ahora mismo, mientras usted lee esto están ellos. No puede terminar lo que no tiene fin; han cesado las condiciones para que ellos existan, pero no han desaparecido, están en muchas cosas, son con nosotros, como con el gran legado que me dejaron para hacer año con año algo en Mictiuh, están en el cariño de mi familia, son con cada sonrisa de sus múltiples nietos, bisnietos y creo que hasta tataranietos.

Hace poco mis padres fueron a la casa, está llena de murciélagos y las vigas de madera van cediendo a la humedad, es habitada por musgos, por hierbas que crecen entre las paredes de adobe y flores que surgen en los lugares más insospechados. Mi abuela tenía amor por ellas, y muy buena mano, igualmente mi abuelo era bueno para la tierra; cuando murió la milpa dio unos mazorcas enormes, de tan grandes que se doblaba la caña y caían al suelo.

Ahora su casa la va comiendo lentamente la tierra, tierra eres y en tierra te convertirás, la casa no se destruye, se hunde lentamente para acompañar a los suyos, allá en el reino de los cielos.


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La casa de mi abuela II. Agua y fuego
La casa de mi abuela III. Abandono
La casa de mi abuela IV. Renacimiento

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