viernes, 2 de agosto de 2013

Réquiem por mi adolescencia

Veo el reloj sólo para confirmar que es tarde, que ya es demasiado noche, pues atrás quedaron los años en que desvelarme no era un posibilidad cercana, sino una forma de vida; hoy ya no puedo dormir tan poco, trabajo en una oficina y no es bien visto hundirme en mi asiento, dejando que el sopor me abrace dulcemente; no se puede, hoy soy uno de tantos que sobrevive a base de tazas de café y vistazos al facebook y al twitter.

Pero hoy quiero desvelarme un poco, no mucho, pero quiero hacerlo porque es la penúltima noche que paso en casa de mis padres, es la penúltima noche de mi vida adolescente, de mi infancia que corre todavía en los ojos de mi madre, hoy se acaba una etapa, una ronda, una vuelta.

Hoy en la tarde estaba comiendo hamburguesas en un pequeño, casi escondido lugar, de música de fondo había de todo, pasaba de Pink Floyd a trova cubana, y ahí, entre el olor dulce de la carne y la tremenda lluvia que cayó está tarde, llegó de muy lejos un recuerdo, traído de la mano de una pieza que, si bien no me era indiferente tampoco es de mis favoritas.


Amén de las interpretaciones que se puedan hacer, tomé 'mi unicornio azul' como un requiém de mi adolescencia, de esa existencia que se lleva en la casa de los padres, que aún cuando seas responsable de la mayoría de tus acciones aún estás en el orbe familiar, protegido por el inmenso amor de tus padres.

'Mi unicornio azul se me perdió...' Recordé las tardes que pasé en casa de mi amigo Adrián, en la azotea de un edificio en Tacubaya, sentados mirando el tiempo, hablando y riendo, leyendo y discutiendo de la vida, de Castaneda, de Kitaro, de J. R. R. Tolkien (todavía me puedo considerar uno de los últimos iniciados mucho antes de la masiva publicidad que trajo las películas de P. Jackson).


Recuerdo como mi amigo me hacía sufrir al ponerme a Bryan Adams y traer a mi memoria los ojos de una muchacha, compañera nuestra de le escuela; como hablábamos de las compañeras que nos gustaban, todo lo que especulábamos sobre las relaciones personales, las mil teorías sobre los sentimientos humanos, las mil suposiciones sobre todo lo que nos rodeaba. Pasamos horas construyendo nuestra percepción, jugando con ella a través de la realidad aparte que nos señaló el señor Arana y ese supuesto, elusivo y taimado indio Yaqui.


Con Adrián hablaba hasta el hartazgo, hasta que el sueño y los últimos cuernos de la luna se deslizaban por el horizonte. Todo eso pasó en mi primera juventud, pero lo he llevado conmigo toda la vida. Ahora dejo la casa de mis padres y me mudo a mi casa, con mi pareja, con mi amada.

Dejo atrás esta etapa de mi vida, ya sin duelo, ya sin súplicas, ya sin demoras en el recuerdo, sin pruritos en la memoria. Me la llevo también, abrazada, enraizada a mí, crecida, diferente.


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