martes, 14 de febrero de 2017

Papelitos

Hace más de quince años, cuando trabajé en un café internet con un horario de más de doce horas (uno de los peores trabajo que he tenido), tuve un compañero, militar desertor. Un día de tantos, me contó el capítulo romántico de su vida, y lo recuerdo porque usó la siguiente frase: -soy un romántico, es más, me cae que Romeo no me llega ni a los talones. Bueno, él, además de seguir vivo, se divorció de su chica, así que no, no creo que su amor fuera más grande que el de Romeo.


¿Pero qué es ser romántico? No se preocupen, esto no es un disertación sobre el tema, basta decir que podemos considerar romántico (fuera del contexto histórico de esa forma literaria específica) algo que busca encantar, un gesto que busca demostrar nuestro sentimiento. Actualmente, interpretamos gestos románticos en la historia de la humanidad, desde la pareja enterrada que descubrieron en Italia, y a decir de los arqueólogos, se mantiene abrazada desde hace seis mil años, hasta el tatuarse el nombre del amado en turno (casi siempre con hórridos resultados). De joven, como todos, hice muchas en cosas en nombre del amor, para fortuna de ustedes no traeré (por ahora) el catalogo completo, tan sólo quiero mostrar algo que, según yo considero, es lo más romántico que hice alguna vez.


No voy a contar la historia con detalles, porque es un cuento que se sigue contando, es una parte de la historia de la pareja que tengo desde hace más de una décad, los detalles de nombre, grado o categoría me los reservo. Para fines puramente prácticos, ella será señalada como la china, no por su fenotipo, sino por su ensortijado cabello. Lo que usted ve, desde principios del post, es una caja de madera, al estilo Olinalá, Guerrero, que compré, con un propósito definido, en una mañana apacible, en una esquina casi ignota del centro de Coyoacán.


Básicamente mi chinita se hacía del rogar, o lo que es lo mismo, la potranca se quería salir del redil. No es cierto, exagero. Diré que estábamos comenzando la relación, pero el inicio tuvo algunas complicaciones, mismas que decidí afrontar con una pequeña carta diaria hasta que ella, finalmente, se decidiera a establecer la relación. Por supuesto, como casi todo en la vida, no hay fronteras precisas, así que no supe cuando terminarlas, un día, simplemente, después de poco menos de diez meses, dejé de hacerlas.

El carrito, tamaño Hot Wheels, es para fines comparativos de tamaño.

Todo comenzó porque por aquel entonces leí uno de los libros que aún considero entre mis favoritos: el Makura no Soshi, o Libro de Cabecera, o Libro de la Almohada (que nada tiene que ver con la película, aunque está si tenga que ver, un poco, con el libro), el cual fue escrito por una mujer de la corte imperial japonesa, cuyo nombre podría ser Sei Shônagon.


El libro ilustra parte del ritual de cortejo entre amantes, el cual consiste, en enviarse cartas. El pueblo japonés, al menos visto por su literatura clásica, era aficionado a la composición de poemas, que son algo diferentes a lo que en occidente entendemos por poesía. El juego de caracteres, la disposición de los versos, la elección del papel, la caligrafía, y un código poético relativo a la temporada del año, forman parte del poema, el sentido total difícilmente puede ser traducido.


"*Parte esencial de la etiqueta amorosa, incluía un poema y se le ataba a un ramita florecida apropiada. La selección del papel y la caligrafía era importante." Escogí la caja de madera por el tamaño, pensé que sería el ideal para una pequeña carta con algún poema o carta. Me decidí por el papel fabriano, que entre todos los papeles que conozco, siempre me ha parecido muy noble, debido a la cantidad de algodón que poseé. Compré varios pliegos grandes, los trabajé con un doblador de hueso y corté con una fina navaja. Meses después, compraba muchos más pliegos y tenía que llevarlos a cortar a una imprenta.


En aquel tiempo estudiaba japonés, así que empecé a fechar las cartas en ese idioma. El haiga (léase 'jaiga') es el arte de la caligrafía, y este contempla muchos estilos, algunos muy sutiles, otros muy expresivos, casi de trazos violentos... yo simplemente escribo feo, pero además, compliqué el asunto porque decidí usar pincel para escribir en japonés y usar plumilla para el texto en general, pero yo nunca había usado plumillas, y creo que se nota bastante en las primeras cartas, luego compré una pluma con punta tipo plumilla, lo que me facilitó el trabajo.


Al principio, la selección de poemas resultó relativamente sencilla, porque en aquellos años, además de estudiar japonés, leía mucha poesía clásica japonesa, como el Hyakunin Isshu y el Kokinwakashû, además de otras antologías de poetas japoneses, bellamente editadas por la editorial Hiperón. Más adelante, empecé a tener algunos problemas, y eché mano de Internet, pero también empecé a comprar libros de dónde poder obtener poemas que reflejaran mis sentimientos.



A veces hacía algunas cosas especiales, como cuando el Tanabata No Hi (el día de los enamorados en Japón). En esa ocasión preparé una especie de tríptico, con algunos poemas favoritos y una explicación de la leyenda que dio origen a ese día.



Al cabo del tiempo tuve que variar mis lecturas, incursioné en otro tipo de poesía, hallando grandes y lucidas joyas de la poesía romántica.



Y ya que mi chinita es fervorosa amante de los cuentos, empecé a poner algunos cuentos cortos y fábulas al uso, ya no tanto con una idea romántica-amorosa, sino buscando el divertimento, provocar alegría en su corazón, decirle todo lo fascinante que puede ser la vida.


Por supuesto, ninguna relación es lineal, en algunos momentos de tensión salían los boleros y canciones de despecho, más de una vez desfilaron en estas hojas letras de despecho de José Alfredo Jiménez, Agustín Lara y Álvaro Carrillo, entre otros.



Obviamente el tema prehispánico está presente, lo que me llevó a traer el dibujo a estas cartas. Usaba una pantalla luminosa para hacer el dibujo lo más fiel posible, y para el entintado final debía ser muy cuidadoso, con las cartas en texto llegué a equivocarme y tenía que repetir el proceso, en cambio, con las que llevaban un dibujo no me podía permitir, ya que cada carta (por muy descuidada que les parezca), me llevaba poco menos de media hora.


En algún momento el pensamiento budista llegó a estos pequeños cuadros de papel fabriano, porque por aquel entonces me dediqué bastante a formarme en él, además, mi china se mostró interesada, así que compartí algo de esto,lo que sirvió para dar entrada a esas pequeñas historias zen, los koan, destinados a iluminar la mente a través de su meditación.



Más adelante el lenguaje gráfico volvió a aparecer, ya con alguna frecuencia. La selección casi siempre fue relativo a monos, a tiras gráficas. Las dos tiras que están sobre estas líneas pertenecen a Buba Comix, de José Quintero. Y es que a veces, una tira podía expresar mejor mis sentimientos que un poema...


Hay muchas más cosas en estas cartas, incluso cuentos completos, de medio aliento, contados en varias partes, como Bebe mi sangre, de Robert Matheson (en traducción de Vicente Quirarte), así como buen parte del Libro de la imaginación de Edmundo Valadés, sin dejar de lado los Poemínimos de Efraín Huerta. En algún momento empecé a comprar antologías para continuar mi labor de antologador... 


Pero la vida pasa y nos arrastra con su lenta cara de agua. En algún momento hacer los papelitos me resultó agobiante, a veces llegué a repetir un poema sin darme cuenta (obviamente ella se quedaba con las cartas), y a veces no tenía tiempo para hacer algo digno, algo decente, y al posponerlo, se acumulaban las cartitas. Para cerrar este ciclo realicé un último trabajo, pero no en papel, sino en acero inoxidable.


El poema, es el Número 13 del Hyakunin Isshu, su autor es el emperador Yousê.

筑波嶺の
峰より落つる
みなの川
恋ぞつもりて
淵となりぬる

Tsukuba ne no
Mine yori otsuru
Minano-gawa
Koi zo tsumorite
Fuchi to nari nuru

Desde el pico de Tsukuba
la corriente fluyó hasta
esparcirse en el ancho Mina
Así mi amor se precipitó
hasta ser un estanque profundo




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