sábado, 26 de mayo de 2007

Chiste de economista


Tal vez más de un economista haya pensado en este chiste, pero el caso es que el viernes vino a mi cabeza mientras comía con mi amorcito (que por cierto es economista y hablábamos de lo propio), y dice así:

¿Quién gana en unas vencidas entre la mano de obra y la mano invisible?
Ahora que lo escribo me sigo riendo y casi, casi se me sale el refresco por la nariz. Por supuesto a algunos les parece una simple babosada pero les juro que es un excelente chiste.

jueves, 17 de mayo de 2007

El día que la luna explotó


He aquí una pequeña y tonta anécdota de mi juventud.

En una de esas de noche en las que se acostumbra tronar cuetes, para venerar a algún santo, un amigo y yo caminábamos dando vueltas dentro de la Unidad Habitacional en la que vivíamos por aquél entonces y platicábamos mientras la roja luna estaba en el horizonte de un cielo deslucido.

Ya hace años había terminado el tiempo en que solíamos jugar y correr con otro niños de la Unidad, en esos días apenas daban las ocho de la noche se escuchaba el trinar de los timbres de todos los departamentos como si un alfiler cruzara todo el edificio de arriba a abajo. Entonces salíamos cerca de 10 o 15 niños y niñas y jugábamos de todo: escondidillas, bote pateado, quemados y a las atrapadas... A las diez de la noche quedaba el patio en cielo de nueva cuenta. Ya los años pasaron, de pronto los amiguitos empezaron a verse con otros ojos, los amores de estudiante (flores de un día) se presentaron inevitablemente, luego cada quién se juntó con otras gentes, estábamos creciendo, según dicen.

Pero mi amigo y yo todavía conservábamos el gusto de salir por salir y la plática se antojaba amena; hablábamos, como todo adolescente, de mujeres, política y música.

Así vuelta tras vuelta, hasta que vimos, sin preámbulos, pero con una sorpresa que es imposible de traducir, como estallaba la roja luna. Fueron apenas unos instantes, menos de un par de segundos, pero cada uno se quedó atónito, inmerso en sus pensamientos. Yo pensaba en las consecuencias, yo imaginaba los mares fuera de control, desgajándose sobre la tierra, dibujando un nuevo planeta; acaso creí que ahora seríamos menos pesados.

Nada de eso ocurrió como pueden atestiguarlo noche con noche. Desviamos la mirada escasos centímetros en nuestra perspectiva, detrás de la copa de un árbol se encontraba la luna, inmutable, ajena a nuestra sorpresa. Lo que habíamos visto era un cohete, de esos que estallan como dientes de león, justo en el momento en que era casi una esfera perfecta.


Muchos años después pude tomar esta fotografía que usted ve, algo muy
similar a esto es lo que vi aquella noche de  juventud.

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