viernes, 14 de septiembre de 2007

Corte Zen

Oh si, vuelve la tremenda depresión que tuve hace años, en esencia no es la misma, pero si aparenta tener la misma fuerza. Pero los años no han pasado en balde, hoy la tomo de otra manera, la interpreto de otro modo; dicho en otras palabras no me dejo deslumbrar por su pesadez, por su espesura.
Pasé una semana miserable, terrible, de agotamiento infinito por la inactividad. Eso constituye mi depresión, eso le da forma, aliento y alimento.
Ayer me levanté, decidí terminar este breve episodio de mi vida, reconocí en el espejo el hombre que dije que sería; entonces me bañé. Pero antes volví a rasurarme la cabeza. Habrán de saber, escasos, pero preciosos lectores, que hace poco mas de un par de años elegí la vía del Budismo Zen para liberarme, ¿de qué?, de nada y de todo, o como reza uno de los encabezados de este blog: ¿Qué es lo vacío que hay que llenar, qué es lo lleno que hay que vaciar?
Utilizo una maquina de cortar cabello cada vez que quiero reducirlo, esto es cada semana. Siempre lo hago frente al lavabo del baño, pero para que los cabellitos no tapen el desagüe pongo un periódico y ahí cae todo lo que sobra.
En mi casa leemos La Jornada, pero solo compramos la edición del domingo; yo siempre utilizo las páginas centrales para este proceso, así que cuando las tomé y las extendí sobre el lavabo pude ver que traían poesía. Ese fue un pequeño despertar de mi depresión, ahí, mientras mantenía la cabeza agachada y la maquina zumbaba lentamente sobre mi cráneo yo leía unos pocos versos de aquí, unos pocos de allá, así formé un poema que devino en oración. Al final, recogí todo y lo tire al tacho de basura.
Hoy estoy mas tranquilo.

P.D. Esperen, queridos lectores, el próximo post que se titulará: “El Señor Chiquito contra los Filósofos Presocráticos, Postsocráticos y todos los demás también” o “De porque me pelié con la filosofía y como eso arruinó mi vida”.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Optimus Prime vs. Gruñonosito




A Zoe, nomás por los diez años de conocerla.


El kinder al que asistí tenía por costumbre que el seis de enero los niños podían ir con sus juguetes nuevos para mostrarlos, compartir y jugar con los compañeros. A mi no me gustaba ese día.

Mi hermana y yo únicamente recibíamos juguetes el seis de enero, y como dicta la costumbre uno tenía que enunciar sus deseos mediante una carta, fiel a ésta tradición yo redactaba mi carta, pero era por mero requisito, todo era un simple trámite, pues ese día sólo  tenía una certeza:  encontrar al pie del árbol un ingenioso sustituto de mis deseos. Si pedía un vehículo de determinada marca recibía un flamante Ruta Cien botleg, o si mi hermana pedía una casita de muñecas recibía una casa de madera hágalo usted mismo.

Corría la década de los años ochenta, surgía la marca Sonrics y el canal cinco transmitían la serie Transformers, yo con escasos siete años quedé fascinado, quedé ligado a Optimus Prime, líder absoluto de los Autobots (los chicos buenos). Yo siempre quise un juguete de Optimus Prime, solo unos años después, cuando tenía poco más de diez años recibí en un cumpleaños a Starscream, segundo al mando de los Decepticons (los chicos malos), pero no era tan imponente como Optimus.

El asunto es que en mi infancia tuve que enfrentarme a los niños con sus juguetes varoniles, testosteroniles, con mis juguetes ñoños y asépticos, léase didácticos. De tal suerte que en un ocasión en el kinder no quise quedarme a jugar, ya que la mayoría de mis compañeritos tenían personajes de Star Wars, yo llevaba en el bolso un Osito Cariñosito.

Alguna vez que conté esta anécdota me preguntaron si mis padres habían sido comunistas o algo así, pero no, no eran comunistas, solo hacían un ejercicio económico que tuvo como consecuencia una introspección en mi ser, lo cual degeneró en un gusto por la lectura y esas cosas.

Hoy, acercándome a los treinta, he podido comprar mi Optimus Prime, llegó a buen momento. Me he ahorrado unas cuantas terapias.

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