jueves, 12 de enero de 2012

Soñé un laberinto de libros

Me gustaría contarle esta historia a Borges, quizás él
sabría hacer algo medianamente trascendente con ella.


Soñé que en los libros del mundo se encontraba una historia oculta, soñé que había pedazos de historias diseminadas que formaban un libro secreto y esa historia estaba en todos los libros, ya fuera que aún tuviera el olor de la tinta recién impresa o un incunable venido directamente de la mano de copistas italianos del siglo XVI.

La historia de este libro expuesto, pero vetado a los ojos de la mayoría de los mortales, estaba en esas narraciones que funcionan de pretexto en una novela, en esas mínimas anécdotas que cruzan un cuento o un poema, en esas pequeñas crónicas que le suceden a un personaje secundario, acaso circunstancial.

La historia no se daba al azar, tampoco era un ejercicio para filólogos; era un orden cósmico, un guiño del diablo o de dios. Para rastrear la historia había que consultar muchos libros siguiendo algo más oscuro que la intuición, acaso un sacerdocio en esta fábula permitiría descubrir algunos hilos de esa historia.

Había algo más en mi sueño: leer la historia secreta implicaba dejar por todos lados montañas de libros abiertos a medio leer como pieles de ovejas sacrificadas, como hojas tabaco secándose al sol. Había que dejar cuentos apenas empezados sobre sillones como si se tratara de pájaros descabezados, localizar párrafos en añejos documentos y dejarlos morir en el suelo como peces aún palpitantes.

Y una vez lograda la exacta sincronía de la historia secreta se ingresaba a otro reino, no sé si del espíritu o físico, pero no había regreso, nunca más se podía salir de ese camino tendido entre un laberinto de libros.

Foto toma de Voces Fragmentarias

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