viernes, 15 de abril de 2016

La mujer que me enseñó a hacer el amor sin que ella lo supiera, sin que ella me tocara, o me conociera

A finales de mi infancia, viendo el canal once, en uno de esos largos espacios que lo mismo podían durar un minuto, que varias horas, llamado simplemente intermedio, vi una historia animada: un fondo negro, con tres retablos que mostraban el interior de la casa de una rana, con una música lenta, melancólica, otras veces fugaz y alegre; en ese pequeño teatro se representaron las estaciones del año. Quedé hechizado por la música, algo muy dentro de mí se despertó, una nostalgia de algo que no había sucedido todavía. El corto terminó sin que pudiera saber quién era el autor.

Años después, en la adolescencia, en el taller literario del CCH Sur, alguien me recomendó los Conciertos de Brandenburgo; los descubrí en la casa de un amigo entre los discos de su madre. Era un disco compacto, de esos que todavía incluían un booklet, ahí leí sobre la obra de Johann Sebastian Bach y aprendí lo que era el contrapunto. Debo agregar que en mi secundaria tuve un excelente maestro de música, el flautín, y creo que en parte a sus enseñanzas quedé prendido a la música de Bach.

Página final del Arte de la Fuga, de J. S. Bach, BVW 1080

Para mí, una de los momentos cumbre del contrapunto de Bach, es el concierto de Brandenburgo n.º 5 en re mayor, BWV 1050, la primer parte, Allegro. Al escucharlo, en mi casa, solo en mi habitación, el éxtasis musical me llevó a mover las manos, como un director de orquesta. Por supuesto no sé nada técnico de música, lo que hacía sólo fue inspirado por la música de Bach, y, quizás, por ciertos ejercicios que mi maestro de música de la secundaria nos enseñó para señalar cuando un instrumento nuevo entraba a la orquesta.

Se recomienda la reproducción de la música para seguir leyendo

El clavecín, es un instrumento parecido al piano, pero un poco más agudo, mi mano derecha empezó a seguirlo, el brazo un poco de arriba a abajo, los dedos contrayéndose y relajándose, y la muñeca terminando de seguir el paso del contrapunto, el mismo movimiento, repetido con ligeras variaciones, ahora dando una tregua, alejándose y dejando a la orquesta tomar el concierto, y de pronto, insistente, por lo bajo, insistente, ayudando a las cuerdas, a los violines que progresan, que avanzan, que surcan, insisten, abren camino.

Luego todo comienza de nuevo, alegre; el clavecín haciendo florituras, luego desapareciendo, y regresando casi sin ser notado, el clavecín, preciosista, avanza mientras la flauta suave abre horizontes, y el violín empieza a insistir, y la flauta le acompaña. Casi sin darnos cuenta, el clavecín se va quedando solo, hasta que las flautas lo elevan, pero los violines toman el espacio, virtuoso nos habla, nos seduce. Otra vez el clavecín insiste, el violín parece regresar, con la flauta, retomando el tema, avanzando, avanzando hasta que el clavecín crece, crece, crece y se queda sólo, con pinceladas de violín y una flauta que apura.

Finalmente el clavecín queda sólo y se vuelca sobre si mismo, es una progresión, es una concha de mar, es la geometría de Dios, puntilloso amante que supera la respiración y la entrega, y cuando creemos que nos ha llevado al éxtasis, nos demuestra que está más allá del placer, del goce; amante que llega, que se despliega, universo de todo, y arde, arde, arde; es un cristal, un azogue. Nos lleva, no sé a dónde, y nos deja consumidos, nos enseña el verdadero virtuosismo, el alma, y cae, cae, de nuevo. Entra la orquesta de nuevo, recuperamos la realidad, la alegría del goce, la sonrisa de Prometeo cuando robó el fuego; pocos segundos después nos suelta y acaba todo, pero nosotros ya no somos los mismos.


No sé mucho de música, pero sé que las orquestas de música de cada país son diferentes, no es lo mismo la clásica Tocata y Fuga en re menor BWV 565 en manos de un alemán, un inglés o un japonés. He escuchado muchas versiones de los conciertos de Brandenburgo, pero siempre me quedé con la primera versión, de hecho, la obra de clavecín de Bach siempre la preferí interpretada por Cristtiane Jacottet.

Todo esto sucedió en la era antes de internet, nunca supe quién era Cristtiane Jacottet, y los pocos discos que conseguí con su interpretación eran esas ediciones baratas que se podían conseguir en las mesas de Gandhi o la librería del Metro Copilco (que ahora es un restaurante de comida corrida), y nunca hallé su trabajo en las elegantes ediciones de un Mixup o Tower Records.


Lo que es más curioso: siempre creí que era hombre, hasta que un día, no recuerdo ya porque, descubrí que era mujer, y entonces entendí todo. Esa mano, que aprendí a mover con la obra de Bach, interpretada por Cristtiane Jacottet, era la mano de una mujer; y esa mano, guío mi mano cuando toqué por primera vez, a una mujer; fue de un modo muy natural, cuando estuve ahí, la memoria de la música y la interpretación me guiaron, y mis caricias ejecutaron dentro de ella el corpus de clavecín de Bach, desde el sólo del concierto de Brandenburgo, hasta el Clave Bien Temperado, pasando por las variaciones Goldberg, y sin desatender las suites inglesa y francesa. Cristtiane Jacottet fue la mujer que me enseñó a tocar el interior de una mujer, a usar el contrapunto para llevarla al orgasmo, ella, sin saberlo, me había enseñado a hacer el amor.

Cristtiane Jacottet (1937-1999)

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