jueves, 14 de julio de 2016

Yo leo

Este año quise hacer otra cosa con mis lecturas. Nunca he llevado la cuenta de qué o cuánto leo, pero este año quise registrarlo, vía Instagram, las fotos que acompañan el texto atestiguan el experimento. Pero a mitad de año, le he dado un giro, ahora tengo algo que nunca había hecho: una lista de pendientes. Honestamente no creo leer ni la mitad de lo que me propuse, porque, como siempre me ha pasado, a veces un libro llega, sin más, y se queda conmigo más tiempo del esperado; o regresa un viejo amigo, y caigo en la relectura. Quise escribir una nota simple para mi blog, y terminé escribiendo una biografía de mi gusto por la lectura.


Empecé a leer a los cuatro años, gracias a que mis padres me enseñaron con el método de Glenn Doman, se trata de un método silábico, para que posteriormente la articulación de palabras completas se de naturalmente. Aunque algún trabajador social advirtió a mis padres que era probable que resultara un niño interesado por el saber, pero deficiente en su rendimiento académico, se animaron a enseñarme. Lo malo es que el pronóstico resultó muy cierto.

Leí mi primer libro a los cinco años, fue La isla misteriosa, de Julio Verne. Desde entonces la lectura formó parte de mi vida, prácticamente siempre he tenido un libro a mi lado, sobre todo cuando viajo, el transporte público, el metro, el camión, es mi sala de lectura favorita.


Mis primeros años de lector los consagré a la literatura, mucho Julio Verne, luego algo de latinoamericanos, los consabidos García Márquez y Benedetti. En la secundaria me aburrió muchísimo Carlos Fuentes y empecé a leer viejos tratados de biología.

Por esos mismos años mi amor por la lectura se convirtió en curiosidad por la escritura, todavía recuerdo un poemita sobre las mujeres y sus dotes de brujería. En el bachillerato me consagré todavía más a la lectura, dos o tres libros al mismo tiempo, mucha teoría literaria, mucho Cortázar y Joyce. Ir a las librerías era un tormento, sólo podía relamerme deseando los bellos tomos nuevos, tantas promesas, tantos autores y recomendaciones. Me creí escritor.




Hice todo el trámite: taller de creación literaria, un amor pasional y auto destructivo, camisa negra, pláticas bohemias, café, presentaciones de libros, conferencias, cajetilla de faritos, caminatas nocturnas, libros, libros, muchos libros.

En esos años me volqué completamente a la literatura y su teoría, casi nada de otros temas, acaso recuerdo un tomo de antropometría y las bellas y prometedoras ediciones de arquitectura de la editorial GG. La biblioteca del CCH Sur me brindó todo ese excelente material.

Debo confesar que hurté de esa biblioteca un tomo de Retórica del Grupo μ, que pagué con el Diccionario de retórica de Helena Beristaín. Tendría que manifestar algún arrepentimiento, pero sería falso, tenían muchos ejemplares del libro que declaré perdido, en cambio, no tenían aún el diccionario que yo entregué; para que lo aceptaran argumenté que era imposible conseguir el libro del Grupo  μ, y no mentía, en aquellos años la editorial Paidós no era tan popular como ahora. Años después, cuando trabajé en la librería El Parnaso de Coyoacán finalmente encontré un ejemplar, no pude evitar acariciarlo con algo de ternura.




Pertenecí a un grupo de jóvenes escritores en el CCH, me seleccionaron para participar en el XVIII Encuentro de Jóvenes Escritores en la ciudad de Mazatlán, Sinaloa, en la cual tuve mi segunda borrachera, misma que duró una semana entera.

Pasada la huelga de la UNAM de 1999 ingresé a la Facultad de Letras Hispánicas, apenas resistí un año. No pude con la fingida oligofrenia de varios de sus alumnos; el rito de la intelectualidad me superó y desistí. Sin embargo pensé que eso no afectaría mi carrera de escritor, me dije que no todos los escritores habían estudiado letras, algunos fueron abogados o médicos.

Yo soy el morenazo de la derecha


Ingresé a la Facultad de Economía, pero tuve que abandonarla sin haber cumplido siquiera el primer semestre, pasado otro año, la retomé, y con ella vinieron grandes y complejas lecturas, sobre todo la Crítica a la Economía Política, o como se le conoce, El Capital, de Karl Marx.

Entré a trabajar a la librería El Parnaso de Coyoacán, y ahí encontré el segundo grupo al que pertenecí, los autonombrados Reposicionistas, un grupo que quiso ser, pero quedó en el olvido sin haber hecho nada, ni siquiera una mención en algún pasquín literario.

Yo soy el de la lengua curiosa

En ese tiempo me hice de muchos y buenos libros, y es que, como dice Augusto Monterroso en Cómo me deshice de quinientos libros: "mi afición por la lectura se vino contaminando con el hábito de comprar libros, hábito que en muchos casos terminaba por confundirse tristemente con la primera".

Los años parnasianos significaron para mi la entrada al mundo beatnik de la literatura, mucho desmadre, mucho alcohol, quincenas paupérrimas por haber pagado los libros que compraba cada quincena. En esos años mis grandes festines de quincena eran comer un kilo entero de arroz frito chino y adquirir una bella edición de Valdemar.


Una foto publicada por Sr. Suta (@sutasukurimu) el


Los últimos diez años diversifiqué mis lecturas, pero empecé a tener períodos, por ejemplo, durante un largo tiempo me dediqué a estudiar literatura clásica de terror, tengo, como un orgullo propio, haber leído Drácula, en edición anotada de la editorial Valdemar, y descubrir que ya conocía todas las referencias que señalaba el estudio.

También tuve largos períodos de relecturas, tomé varios libros muchas veces, quizá entre los más recurrentes están Confieso que he vivido de Neruda y Los Premios de Cortázar.

A veces llegaba a un tema, o a un autor, y agotaba todo lo que podía encontrar sobre él; así releí todo Castaneda, y agoté toda su repetitiva bibliografía, más algunas biografías que daban luz sobre el curioso personaje. También tuve mis etapas exhaustivas con Rulfo, Borges y la poesía japonesa.

Consagré algunos años a la lectura y estudio de la poesía japonesa, al tiempo que estudiaba las nociones básicas del idioma, ahí tengo el orgullo personal de haber leído y sentido un par de haiku sin necesidad de traducción.




También pasé algunos meses alejado de la lectura, quizá un año, luego lo retomé con un libro que se me enfrentó y me costó mucho trabajo terminar: Yo, el gato, de Sôseki Natsume. Creo que en ese momento empecé a darme cuenta que no era, ni sería un escritor.

Una día decidí, como lo había hecho Wong, personaje de Cortázar en Rayuela, abandonar la inteligencia, dejarme caer en un profundo agujero zen. Dejé toda intelectualización, miré la literatura con ojos nulos de ciervo.

Sin embargo, no me gustan las fantasías masturbatorias de los Best Sellers, paso sin ver. En la oficina, hay una especie de club de lectura, comparten tremendos mamotretos, películas de acción y lujuria vaciadas en mil setecientas páginas.

Para mí, la lectura siempre ha significado un enfrentamiento, un asomo a lo otro, a lo que yo no tengo, es como si buscara la confirmación de que existe una realidad más allá de mí; la otredad, que le dicen.

Escribo esto para mí, para reivindicarme, también ante ustedes, ante el otro; para declarar que mi placer por la lectura es totalmente personal (aunque eso sea tautológico). Escribo esto para decirme "sigue, ya casi, te estás construyendo".


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