jueves, 19 de mayo de 2016

Alrededor de nosotros danza la muerte

El jueves pasado llegaron manifestantes al conjunto de edificios en donde trabajo, ya que en un ocasión anterior otros manifestantes tomaron las instalaciones, iniciaron la evacuación del personal y salimos temprano. Horas después busqué información en twitter para darme una idea si al otro día iría a trabajar, o tendría puente. No encontré nada que me fuera útil, pero bajando en el time line hallé el siguiente twitt, en donde reconocí al señor que sale en la foto, y es que después de tantos años en un trabajo, terminas ubicando a la mayoría de tus compañeros, aunque no sepas su nombre o ni siquiera los saludes.

Al otro día, desde la salida del metro, me di cuenta que nada había pasado, sino, me hubiera encontrado a muchos compañeros de vuelta, y al llegar al conjunto comprobé que las instalaciones no habían sido tomadas; pasadas las nueve de la mañana tomé mi café, la vida seguía, como siempre. Más tarde, pasada la hora del almuerzo, una amiga me preguntó sobre algo que pasó en la mañana en el metro Mixcoac, pero yo no sabía del asunto.

Una hora más tarde, otro compañero me comentó sobre lo mismo, y al describir el asunto, me di cuenta que el protagonista era el señor que un día antes había visto en la foto del twitt e inmediatamente lo busqué de nuevo, cuando la hallé no pude evitar notar la fecha.

Sin caer en numerología barata o de aficionado, me di cuenta que la foto había sido tomada una semana antes, incluso casi a la misma hora, apenas con unos minutos de diferencia.

¿Que fué lo que sucedió? Poco antes de las diez de la mañana del viernes pasado, apenas saliendo del metro Mixcoac, falleció, de un paro cardíaco, el señor que ven en la foto.

En el libro Los Premios, de Julio Cortázar, Persio, el mago, habla de unas líneas invisibles, de unos dibujos que se van formando con la interacción de personas, de cosas, de conjuntos; si estas líneas se pudieran observar desde el cielo quizá terminarían por formar una pintura.

Pensé en los amantes, que cuando se cuentan su vida antes de ellos, descubren puntos de coincidencia; yo mismo, con mi mujer, descubrí que estuvimos en el mismo concierto, a pocos metros; descubrí que más de una vez ella pasó por dónde yo estuve, o por dónde yo estaría días después; descubrí que estuvimos danzando, casi rozándonos con las puntas de los dedos, pero tendrían que pasar años para finalmente coincidir.

Pensé en la familia del compañero de trabajo que falleció el viernes pasado, pensé en que no sabían que alguien, sin quererlo, lo había fotografiado casi exactamente una semana antes de que falleciera.

Pensé que cuando le tomaron la foto, sin querer, estaban marcando un ciclo, un ritmo, una maldición, un número absurdo; una semana después, más unos pocos minutos, ya no estaría vivo, ya no alcanzaría a caminar en el lugar en que fue fotografiado.

Vamos en la calle, algo nos provoca una queja, una sorpresa, y levantamos el celular, tomamos una foto, y sin saberlo, iniciamos un signo; tomamos una foto, sin saber que número, que ciclo perverso estaremos echando a andar.


Quien sabe que dibujo estaremos formando con nuestra vida, quién sabe que danza estaremos bailando con alguien que todavía no conocemos, quién sabe cuando nos habrán de tomar la última foto de nuestra vida.


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