miércoles, 28 de septiembre de 2011

The last letter

Imagen tomada de aquí.
Súshima
Piel de carnaval,
organza y canela
Nubes blancas sin fin
en la tranquila tarde un domingo lluvioso
y la comida fue una tregua en la batalla de la vida
el pan de cáscara dorada y el pollo frito y jugoso. La gaseosa fría, refrescante; yo siempre sacaba los vasos de vidrio con flores pintadas y servía a tus padres. Realmente me gustaba sentirme útil y seguro de haber ganado mi comida; como un día me gritaste que debía hacerlo.


La calle estaba limpia gracias a una ligera llovizna, la gente no se veía fatigada. Era un apacible domingo. Viajamos en minibús unas pocas cuadras hacia arriba, sobre la loma que en que vivías, aunque ya no recuerdo para qué. Yo estaba recién bañado y el perfume que me habías aplicado me daba serenidad. Tú siempre te veías limpia; recuerdo bien tu cintura y la forma de tus senos bajo ese sweater negro. Siempre me gustó como te veías con ropa de ese color.
Súshima. Organiza y clavicordios. La saeta de tu ira me rompió. Como si una mítica arquera disparara sobre un joven tronco de pino.
Tú, monstruo de hervores y piñones. Tú fuiste mi rival, éramos guerreros en lucha mentida.
Yo fabriqué el puño en tu mano débil para que enfrentaras al mundo.
Y luego tu puño se irguió contra mí.


Al final, siempre coronabas una tarde apacible con incomprensibles y absurdas recriminaciones sobre cualquier cosa, pero si andabas con humor de sicario, te ponías a disposición de tu ama, la Neurosis, y no te detenías hasta ver de mis ojos tristes brotar lagrimas que rogaban compasión.
Todo en ese entonces andaba tan bien para mí que bastaba que pasaras tu mano sobre mis mejillas húmedas, para recoger el pago que exigía tu ama.
Yo era como un chiquilín que es perdonado de un castigo bárbaro por algo que no hizo con dulces y juguetes.


Me iba de tu casa, ya en la noche, con una sonrisa de perro agradecido, bajaba por esas calles empinadas, con las baldosas aún húmedas, o tal vez llovía de nueva cuenta. Y no me importaba empaparme, creía que con tu pensamiento tú me protegías
¿Como evitar que con ese proceder nuestro no llegáramos a odiarnos?
Pero era feliz por verte en el baño, mientras peinabas tu cabello, mientras dormías o me dominabas con tu cuerpo.


Era feliz como único recurso a evitar sucumbir.

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