lunes, 20 de septiembre de 2010

A mis 24 años

Pues ya nos vamos acercando más y más a mi cumpleaños, lo malo es que cada día tengo más ideas para hacer este repaso de mi vida (la obvia invitación es a que tú, amigo, también lo hagas). Tenemos hoy el post para los 24 años. Ya se nota más kentros, bien, no está mal, pero todavía falta.



24 años

Casi 24 años y la vida no ha empezado a aburrirme, cada día me reta, me da cosas para pensar, nada ha quedado asentado, y sin embargo he encontrado respuestas, todavía no a las grandes preguntas, sino respuestas a mis pequeños dilemas, a mis pequeños y diminutos problemas que no cesan de ser.
Cuando tenía 16 me visualizaba a esta edad como un señor, pero hoy me veo y me siento más joven que cuando tenía 16 años, no se como fue posible. Aunque es evidente que pasé por estados de mi vida que fueron propios de un hombre que está viejo y cansado, pero hoy me veo como una flama que arde bamboleándose, que es retada por el viento, y aunque sé que no me voy a apagar (soy una flama de aceite de roca) no dejo de luchar contra al aire, eso me hace vibrar. Hoy más que antes, me siento sin ataduras, me siento desenfrascado, y hasta las situaciones más graves las tomo un aire de gran soltura, siento y creo en la vida de nuevo. veo que no soy nada en la historia y en la vida, cuando algo se me quiere subir (odios, tristezas, anhelos de perfume barato, soberbia, etc.) sólo me basta pensar en una imagen: me visualizo de frente, pero inmediatamente subo para verme por arriba hasta salir de la habitación donde estoy para poder cubrir con mi vista el edificio, y sigo subiendo hasta llegar a ver toda la colonia, y así hasta ver el país, el continente, la tierra, la galaxia, el tiempo..., y ahí me detengo, se que no pasa nada, se que nada es más importante que este pedazo de conciencia que tengo, se que lo que veré o tomaré en mi tiempo sólo será mío, sé que no será repetido por nadie, así que procuro elegir bien lo que voy a vivir
Voy creciendo, voy comiéndome los años, voy viajando hacía ellos, cada vez, poco a poco, se va develando el futuro, cada día, cada segundo, voy comiendo una fracción más de mi futuro, e inmediatamente voy depositándola en el almanaque de recuerdos. Esta idea me da la certeza de que yo puedo construir mi vida, de que yo estoy decidiéndome, porque uno es la acumulación de lo que fue en función de su naturaleza, tendiendo al bienestar propio. Si, es una función, pero no hay constantes, no hay nada constatable, sólo tenemos aproximaciones a lo que somos. En realidad cuando uno trata a una persona, convive, interactúa con ella, lo que sucede es que nos develamos (aún frente a nosotros mismo) para darnos, para salirnos de nuestros capullos.
No se, a mí me duele la vida. Para mi no es fácil, todo, absolutamente todo, es una decisión, es un eterno desarrollo, pero no sólo eso, también cuestiono la circunstancia, la mal llamada naturaleza humana, o el sentido común, a veces no puedo entender lo más simple. Me sobrecoge la idea del metro lleno; vamos ahí varios seres humanos (tan exquisitos o tan podridos como yo mismo puedo decidir ser), vamos tan juntos, tan cercanos, y ese viaje me parece la cosa más falsa, mas incierta, todos llevamos en el rostro la seguridad de llegar a algún lado. Pero, ese viaje que en ese momento nos importa tanto (por eso empujamos, por eso nos enfadamos, por eso nos molesta el mal olor) no quedará registrado para siempre, ese viaje esta dentro de la nada, es la negación total. ¿Cuántos hombres no habrán viajado en la misma circunstancia (según el transporte de la época) en todo el tiempo que lleva la humanidad? Ni siquiera es necesario pensar en otros siglos, simplemente hay que darse cuenta que muchos de los que viajan hoy con nosotros mañana no volverán a ver el metro: morirán. Moriremos todos y ese viaje será intrascendental, nulo, inexistente. Ni siquiera el metro quedará a futuro ¿no acaso nos devanamos los sesos por las ollas de nuestros antepasados? Y aunque la tecnología lograra preservar la memoria de nuestros días, los amables científicos ya nos contaron el final de la historia: el sol se va a apagar un día, o mejor dicho alguna vez se acabaran los días. ¿Para qué corres y empujas a los demás en el metro?
La idea no es novedosa, muchos creen en la reencarnación, otros hablan de deja vú, algunos hablan del Karma, la cuestión es que sospechamos que esto ya lo vivimos, que no es la primera vez que vivimos. Aunque a lo mejor no es más que la cura a la melancolía de sentirnos tragados por la nada que se llama tiempo. ¿Pero, qué haríamos si fuera cierto? Que tal que fuimos un holandés del siglo XVIII, o un Azteca que murió en una guerra florida, o una cortesana de París, o Esquimal que pereció en la blanca noche, o, en fin, ejemplos (posibilidades) sobran. Suponiendo, sin conceder, que somos un hombre que ya ha sido, que ha sido muchas veces, o sea que tu eres nada, eres muchos, no tienes personalidad.
Esto lo hace peor. Si de por sí el tiempo te va a tragar, ahora resulta que ni siquiera eres alguien específico en tu instante de conciencia. Y que no se invoque o se confunda con hedonismos de ninguna clase, que no se crea que esto es un mero contento filosófico que nos exime de las tareas de la humanidad pendientes; no se trata de tirarse en la arena, esperando el momento en que el sol se apague.
Al contrario, este sentimiento me obliga a sacar de mi conciencia, con el escrúpulo de un contador, lo mejor para mi vida, quiero beber de lleno el agua de la existencia, no quiero caer en automatismos, no quiero cerrar los ojos al tiempo, no quiero pasar mi vida sin mirar hacía el cielo y contemplar el enorme reloj que nos hace, que nos crea. Esto es una responsabilidad, la responsabilidad de saberse vivo, la responsabilidad de despertar a los demás. Momento, esto no tiene nada que ver con la gente optimista (de esa gente necia que cierra los ojos), al contrario, esta vida exige disciplina, exige ser fieles a uno mismo, en tanto se es un ser humano, no ya la simple aproximación a esta idea que se le ha dado en llamar hombre, como si en el género estuviera la conciencia. Falta tanto por hacer, faltan tantos años por escribir, no se exactamente a dónde va esta idea, lo que se es que no debe tomarse como la gran salida, como la gran disculpa para que el ser humano deje de buscar su mejor manera, aquella dónde la abstracción humanidad sea justa y cierta, y no un mero formalismo para evitar hablar de las clases sociales, de la gran guerra silente que vivimos, que esta idea no sea pretexto para olvidar, que no se confunda con un existencialismo vacío. Yo no leo filosofía, yo la hago; inocentemente, pero la hago, sin grandes escuelas o grandes maestros que no llevan más que a repetir la gran, la enorme burrada en la que nos hemos metido. Sólo se que sería horrible que el ser humano no diera más, sería triste que no fuera más allá de donde estamos; ya ven que en Europa en el siglo XVI creían que estábamos sobre dos tortugas enormes y nada más, y resulta que…, bueno ya lo saben. Dudemos, indaguemos todo. No cierres los ojos ni ante la paleta de caramelo que chupas, ni ante la correa de tus zapatos, ni ante las notas de la música; detrás de todo esto una gran espíritu humano, todo tiene sentido. Pero mucho menos cierres los ojos a la injusticia, a la explotación de las clases, a la cordura de la lucha, a las necesidades de la humanidad. Si ves más allá de esto, serás capaz de ver la tragedia, la lucha diaria, la obligación de conquistar la conciencia humana. Mira esto: un joven de 24 años hablando de la verdad universal en un pequeño cuarto, rodeado de su soledad (plasmada en libros de literatura de bellas ediciones, en libros de economía, en buenas colecciones de discos, en una lucha interna y agazapada), inmerso en una colonia de un país tercermundista; mientras allá afuera están ellos, estas tú, esta la vida, comenzando y consumiéndose. Esto, es en sí ya, la primera lección.

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