viernes, 24 de septiembre de 2010

A mis 27 años

Pues ya estamos a punto de llegar, ya estamos reseñando los 27 años. Pues bien, cuando el lector llegue al final del texto podrá percibir que falta el final del texto, no se preocupe, así está bien. El lector avizorado notará que no me fue muy bien, para no decir que fue de la chingada, en fin, así es la vida. Podría detenerme a pensar y explicar el asunto, dejemoslo así, esa será tarea de mis biógrafos.



LOS 27, LA CONSTANTE

Ahora se acercan mis 27 años, falta menos de un mes y me entrego al rito itinerante de glosar mis años, de interpretar mi vida para darme paz y forjar en nuevo fuego mis anhelos, los grandes viejos anhelos.

Este año descubrí nuevas cosas, encontré la última llave de la última puerta, encontré el hilo negro y no por eso me siento mejor ni peor, ni mucho menos; estoy en un estado muy extraño. Al menos eso es el primer consuelo: la vida no deja de ser un misterio sin resolver; para mi la vida sigue siendo un infinito e inextricable puzzle que palpita, que respira y se reacomoda.

Hoy tengo otros temas, quizás menos metafísicos, quizás mas condenatorios, mas vulgares y materiales. Hoy me preocupa mi vida profesional, mi vida material del futuro. Ya no pienso tanto en los libros que no he comprado, o en las colecciones que ni siquiera he comenzado, mucho menos pienso en las ropas que no poseo. Pienso en una casa, en una cama y su cocina. Cosas menos sofisticadas, cosas más hipotecables, el patrimonio que le dicen. ¡Zas, eso ya huele a treintañero!

No supe cuando (aunque esto es un mero recurso retórico, porque si se cuando empecé a sentir esto, fue justo el día de mi cumpleaños pasado, andaba yo por Reforma viendo fotos viejas de la ciudad y me topé con el traslado del monolito de Coatlinchán en los años treinta, al leer la leyenda que acompañaba la foto algo se juntó en mi garganta y casi no pude evitar que mi voz se quebrara y algunas lagrimas rodaran por mis mejillas) se desarrolló este desprendimiento desprendido. Ahora no me preocupan mis necesidades intelectuales, esos apetitos urgentes han sido tratados de manera correcta. Con esto no quiero decir que he dejado de pensar o sentir, al contrario, mi corazón pide y es satisfecho de una manera adecuada, por supuesto que la curiosidad sigue estando presente, lo único que ha cambiado es el hecho de que ya no me atormenta pensar, ya no me condena sentir y ver las cosas con los lentes de las entelequias del intelecto.



Sí, parece un estado lamentable pero no me siento así. Es como si la vida hubiera dejado de importarme. Por supuesto me refiero a la vida como ese gran tema de la humanidad. No por eso he dejado de bañarme, de amar, de esforzarme, de llorar, de enojarme, de rascarme, de interesarme, de mirar, de desear, de corregir y lastimar.

Comúnmente estos textos no son escritos de corrido, todo lo contrario, se van formulando de acuerdo a como va evolucionando mis pensamientos conforme se acerca el día 26, de tal suerte que tengo que hacer un pequeño corte de lo que se venía diciendo anteriormente. Aquí en este párrafo surge un problema, surge una crisis, los marinos están nerviosos y cansados, los perros están casi en su último aliento; ya no sopla el viento, ya la nieve es estática. ¿Qué ha pasado?

Recapitularé del modo más breve, del modo más conciso: cf. 22 años.

Pero sería falsear el asunto si simplemente hiciera un copy and paste, y fin del texto, vuelta al origen, el eterno, eterno, eterno, re contra puñeteramente eterno retorno. Nada más lejano de la realidad:

Epifanía 13 de septiembre de 2007, 02:05: Sí, ya lo se, me expliqué la vida, volvía a creer y vivir la vida de los hombres, hijo pródigo por excelencia, bombos y platillos en la recepción (hasta novia conseguí), pero la explicación final no era esa, sino algo que le dije a mi amigo hace menos de un mes: “el arte de la vida está en hacer lo mejor de ti en medio de lo peor de los demás” Por supuesto la frase suena asquerosamente premasticada, lista para esos pequeños librejos tamaño cajetilla de cerillos que se acomodan junto a las cajas de las librerías y están llenos de instrucciones acerca de la vida, probemos crear otro: “el arte de la vida esta en tener una sonrisa de reserva por cada lagrima usada” ¿Nefasto, verdad? Es terriblemente malo, asquerosamente idealizado, y sin embargo, y sin embargo, y sin embargo poderosamente triste.
¡Zas! Ya caí, ya me volví uno de los iluminados, uno de los, uno de los, uno de tantos, pues.

Pero no, veamos si tengo razón. El Dhammapadha, que es uno de los libros capitales del Budismo. Ahí Buda dice (en voz de uno de sus discípulos unos cuantos siglos después) una cosa muy sencilla: el que obra mal, mal le va.

Y esa simple verdad, ese tautología de primaria es un hecho que se constata a diario, en la vida de todos, segundo a segundo desde hace eones.

Es decir, si me meto en una calle oscura mi seguridad es menor, ¿cierto?, de acuerdo, pero esto no quiere abogar por un fatalismo obcecado o tratar de ser un testimonio determinante, no nada de eso, señores del juzgado.

Ahora retomo el punto, estábamos en cf. 22 años, ¿cuál es la diferencia?, el arte de la vida es…, entonces continúo. El problema, el origen de la crisis es sencillo: no he logrado poner en practica todo lo que se, el resultado es ser mas sensible a cualquier perturbación del ambiente, entonces glorifico, magnifico mis cuitas. Eso lo hace cualquier ser humano, y esa es una de las tareas de la humanidad, dejar de dolerse y seguir adelante. En este punto hay pueblo magníficos que han dejado de lado las derrotas, las muertes y toda mala nota, para recuperarse e igualarse, e incluso superar, a sus antiguos rivales, quiero decir que estoy hablando de Japón, el caso de México no es este.

Trabajemos sobre ejemplos, por lo cual deberé de citar un extracto de un texto escrito a una mujer:

“Eres una ángel, un ángel con la flamígera espada anunciando el final de algo, vaya a saber que anuncias, vaya a saber si me estas invitando a entrar o si me estas expulsando, vaya a saber si no digo todo esto desde la óptica del chiquillo que espía la dulcería desde la vereda de la calle.”

Sí, bueno, ya se sabe, la literatura, la poesía y el discurso, todo muy bonito, pero ese no es el punto. Cito lo anterior para explicar lo siguiente. Mi relación con esta niña no fue muy diferente a la anterior que hubo en mi vida, en cuanto a móviles se refiere. Es decir, reconozco un alma buena que necesita de un molde, necesita un ser para vaciar sus necesidades, necesita un espejo. Esto de por si me parece una tontería, ya que yo supongo que si sabe reconocer lo que le hace falta es porque en realidad sabe, posee en realidad lo que busca, después regresaré a aclarar este punto.

La diferencia substancial es que en un determinado punto de la relación, yo me salí, me volví otro para ser un ser diferente, un brujo, un nahual, un duce. Me dediqué a dar todo mi conocimiento, de mil maneras, de todas las maneras que conozco, desde el sexo hasta los discursos. Esto sonará demasiado pretencioso, pero después de tantos años de periplo me he formado para poder realizar lo que mencioné. Motivos hay, quizás mas de los que supongo, para que esto funcionara a medias. Uno de los efectos esperados era perder a dicha persona, era dejar ir para que en la soledad ella reflexionara, cuidara sus pensamientos. Y yo, por otra parte, renunciaba a dicha idea cada dos segundos, pues hubiera preferido pasar mi vida entera junto a ella. Hoy esto es más imposible que un crecimiento anual del siete por ciento en la economía mexicana.

Pero no todo es maestría, ya que también pude comprobar cuanto me falta para ser un poco más estable, pero lo escribiré otra noche, hasta aquí por el momento, fieles lectores de mis años.

Y leo, no dejo de leer. No dejo de cultivar el vicio del conocimiento. Me fascina saber cosas, en cierto sentido no soy otra cosa que un asqueroso intelectual. En la lectura me solazo, me

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